El horror de las mujeres que ‘redimió’ el Estado

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El horror de las mujeres que ‘redimió’ el Estado

España, 1982. La transición democrática avanza con paso firme. El destape, los bingos y el divorcio ya forman parte del día a día. El PSOE gana las elecciones y Felipe González está a punto de convertirse en presidente del Gobierno. Se espera con emoción la primera visita del Papa Juan Pablo II, mientras en los cines, los adultos ya intuyen el Oscar para ‘Volver a empezar’, y los niños disfrutan con ‘Las aventuras de Parchís’. En ese contexto histórico, Loli Gómez, una adolescente que aún no ha cumplido los 16 años, ingresa embarazada tras los abusos de su padre, en la maternidad de Peñagrande , gestionada por las Cruzadas Evangélicas bajo supervisión del Patronato para la Protección de la Mujer, dependiente del Ministerio de Justicia.El Patronato —heredero de una institución del mismo nombre creada y disuelta durante la República y de organismos anteriores que buscaban luchar contra la trata de blancas— fue refundado en 1941. Su primera presidenta de honor fue Carmen Polo de Franco y sus centros, repartidos por todo el país, fueron encomendados a órdenes religiosas femeninas, en especial a las Oblatas, Adoratrices, Trinitarias y al instituto secular Cruzada Evangélica. Más allá de su bienintencionado propósito de velar por la « protección y educación de mujeres consideradas en riesgo moral », lo ocurrido entre aquellas paredes, hasta que fue disuelto en 1985, supuso un horror para miles de adolescentes y jóvenes. Ahora, «el dolor y las heridas» tras «haber escuchado la vivencia de muchas supervivientes y hacer investigaciones en las congregaciones» han llevado a la Conferencia Española de Religiosos (Confer) a organizar este lunes un acto público de «reconocimiento y perdón» a las supervivientes del Patronato de Protección a la Mujer.¿Qué sucedió en aquellos centros para que cuarenta años después de desaparecer todavía haya tantas mujeres que sigan heridas y necesitadas de este reconocimiento y perdón? ¿Por qué una situación tan terrible, que se extendió hasta diez años después de la muerte de Franco, ha estado tan silenciada en este tiempo ?Noticia Relacionada estandar No La ley de concordia valenciana queda lista para ser aprobada con la amenaza de un recurso judicial de la oposición ABC El PP y Vox sacarán adelante este jueves la nueva norma de forma definitiva tras un tenso debate parlamentarioFue Consuelo García del Cid la primera en dar a conocer la realidad de lo que se vivió entre aquellos muros. «¡Esto lo voy a contar! Un día seré escritora y todo el mundo se enterará de lo que nos han hecho». Era la promesa que Consuelo les hacía a gritos a sus compañeras en 1976 cuando dejaba el centro de las Adoratrices de la calle Padre Damián de Madrid después de pasar año y medio. Ya en la madurez, los últimos quince años los ha centrado en el Patronato y ha publicado cinco libros sobre el tema.Las protagonistas En la foto superior, Mariaje unos días antes de entrar en el orfanato, en su primera comunión, y tras su paso por el centro. Se evidencia el deterioro físico. Debajo, Consuelo en 1975, unos días antes de entrar en el centro del Patronanto. En la última foto, Loli, junto a su hija, en Peñagrande. ABCEl caso de Consuelo es un tanto excepcional, porque ella llegó al Patronato de la mano de su propia familia. Era de las denominadas «internas de pago». Pertenecía a una familia de la burguesía catalana y a principios de 1975, con 16 años, empezó «a ser una rebelde», explica a este diario. «Mi familia era muy estricta y comencé a meterme en política, cambié mi forma de vestir y empecé a llevar folletos de Estrella Roja a casa, hasta que una mañana mi madre y el médico de toda la vida, que era del Opus De i, entraron en mi habitación y me dijeron que me iba a poner una vacuna. No pude reaccionar», narra.Lo siguiente que recuerda es despertar con dolor de cabeza y la boca seca en una habitación que le resultaba extraña, con barrotes en la ventana. Al asomarse, vio que todos los coches tenían matrícula con la letra M y pudo comprobar por el reloj que le había regalado su abuela, que había pasado un día completo. Nunca ha sabido lo que ocurrió en aquellas 24 horas que le faltan a su vida, en las que pasó de su casa de Barcelona a las Adoratrices de Madrid. «Aquello era un campo de concentración. Apenas teníamos dos horas de clase al día, y el resto del tiempo lo pasábamos trabajando, fregando o rezando», recuerda Consuelo.Pero eso no era lo peor. «Yo no vi nunca palizas, pero el maltrato psicológico era tremendo. No nos dejaban que hiciéramos amigas, ni siquiera mostrar simpatía por otra chica, porque te acusaban de lesbiana y te llevaban al psiquiátrico y ya sabías lo que te esperaba allí: te aplicaban desde electrochoques a coma insulínico», explica. Además, incide en que el trabajo era obligatorio y sin cobrar. «Nos pasábamos horas montando estos payasos —nos explica mientras muestra una figura de tela antigua que una amiga le ha conseguido en internet—, cada una se encargaba de una parte, en cadena, y al final metíamos caramelos dentro. Las más rebeldes añadíamos alguna nota escrita a mano contando que estábamos encerradas y pidiendo que nos sacaran de allí». Nadie respondió nunca a aquellos desesperados mensajes de rescate.Consuelo con uno de los payasos relleno de caramelos que fabricaban cuando estaba en el Patronato y que ha localizado cincuenta años después en una tienda de antigüedades online Isabel PermuyEl caso de Loli, con quien comenzábamos este reportaje, tiene un origen distinto pero las mismas consecuencias. Cuando en 1982, con 15 años, ingresaba en la maternidad embarazada por su padre, todavía no era capaz de imaginar el horror que iba a vivir, pero sí intuía el infierno que tenía por delante , porque no era la primera vez que estaba contra su voluntad en uno de los centros del Patronato. Dos años antes ya había estado en un reformatorio de Madrid, pese a que vivía con su familia en Cantabria. ¿Su delito? ¿Su pecado? Con 14 años, tras escaparse varias veces de casa, había denunciado que su padre abusaba sexualmente de ella.Mariaje López con su novela autobiográfica en la narra lo que vivió en el orfanato Tania Sieira «No tenemos muertas en las cunetas, pero tenemos suicidas» El de Mariaje López también fue un ingreso distinto, porque no estuvo en el reformatorio de las mayores, sino en el orfanato del que también se hacían cargo las Oblatas en el mismo edificio de Carabanchel Alto, en el histórico palacio que perteneció a Eugenia de Montijo, hoy demolido. Poco después de su primera comunión quedó huérfana de madre, y la compleja situación familiar llevó a que su madre la llevara allí. «Le prometieron que me darían unos estudios y saldría como una mujer de provecho», recuerda que le dijeron a su madre. «Nos veíamos con las mayores [las que estaban en el reformatorio del Patronato] en la capilla, ellas estaban en los bancos de un lado y nosotras en el otro». Pero las condiciones que vivían eran muy similares. «Quedé marcada por la crueldad, el maltrato y el hambre», nos cuenta. «En los cinco años que estuve no vi carne nunca, la fruta era podrida», añade. «También recuerdo castigos muy crueles como hacer ciento cincuenta cruces en el suelo con la lengua, o que si te orinabas en la cama te restregaban una ortiga por la vulva», añade. «Con el tiempo me fue cambiando el carácter y se puede apreciar mi delgadez en las fotos de aquel momento», explica. Mariaje creía que su experiencia había sido excepcional hasta que comenzó a escribir una novela autobiográfica, ‘Por caridad’, y en el proceso de documentación descubrió que eran miles las niñas y adolescentes que habían vivido lo mismo que ella. «He asistido a varias reuniones con Confer y nos dijeron que iban a preguntar a las monjas que quedaban vivas. Luego se excusaron diciendo que también a ellas las obligaban a hacerlo, pero ¿quién obliga a una monja en una clase cerrada a castigar a una niña haciendo cruces con la lengua?», lamenta. «Hoy en día sigo pensando en ese batallón de mujeres que no son capaces de hablar en público lo que sufrieron, porque les siguen respondiendo: ‘¡Algo harías!’». comenta. Por esa razón considera que el acto del lunes es importante para que comiencen a cambiar. «Tienen que entender que la vergüenza no es nuestra, sino del otro lado», añade. «Estamos luchando desde hace tiempo para que se nos reconozca», explica en relación a que están excluidas de la Ley de Memoria Democrática de 2022, que no las reconoce como víctimas. «No tenemos muertas en las cunetas, pero tenemos suicidas, las que se tiraban por los huecos de las escaleras, que constan en los expedientes como intentos de fuga. ¿Quién se va fugar en bragas y sujetador?», concluye.«Supuestamente iba a continuar mis estudios, pero yo no recuerdo ir a clase; aquello era un régimen carcelario, con trabajos en cadena obligatorios y celdas de aislamiento si te portabas mal. El trato de las monjas era horroroso, te hacían sentir como un trapo », explica a ABC. Después de un tiempo en aislamiento, le destinaron a limpiar la piscina. Era un regalo envenenado. «Que estuvieras mejor o peor en la casa dependía de lo que contaba el jardinero, y para que este diera buenos informes tenías que acceder a lo que él quería, así que los mismos abusos que tenía en casa los tenía también allí», añade.Se escapó del centro y volvió a su casa. Las violaciones siguieron y un año después se quedaba embarazada de su padre, por lo que acabó en Peñagrande. El maltrato psicológico era muy similar: «Por el mero hecho de estar allí ya eras una puta, que te habías arruinado la vida y la de tu futuro hijo». Pese a estar embarazadas, las condiciones eran muy similares a las de otros centros, con escasa formación académica, muchas horas de trabajo diario y condiciones infrahumanas. «Recuerdo que aquel año venía el Papa a España porque estuvimos preparando las bolsas de ‘souvenirs’ que se repartían, cada una metía uno diferente y la última lo termosellaba. Trabajábamos sin cobrar un duro y con la presión de que teníamos que acabar un cupo antes de las 12 porque era la hora en que dábamos de mamar a los niños. Si por alguna razón nos retrasábamos, teníamos que seguir hasta cumplir. Notabas como te subía la leche y sabíamos que los niños estaban llorando de hambre y desesperados en otra habitación, pero no podíamos ir hasta acabar».El calvario de Loli no terminó ahí. Seguía en el centro cuando en diciembre de 1982 murió su madre, «la persona a la que más quería», y unos meses después, en Semana Santa, su padre se presentó en Peñagrande para que le dejaran pasar unos días con ella. «A pesar de lo que sabían , y de las quejas de varias de mis compañeras, las monjas le permitieron que me sacara cuatro días. Me llevó a un hostal donde siguió con los abusos, con mi hija al lado », recuerda. Volvió a quedar embarazada. Parió en diciembre de 1983, pero ya en el Hospital La Paz, porque en ese momento las religiosas ya habían sido expulsadas de Peñagrande y el Patronato comenzaba a desmantelarse, con el traspaso de las competencias a las comunidades autonómicas. En junio de 1984 el Gobierno firmaba el decreto que llevaba la extinción del Patronato. Algunos centros siguieron funcionando hasta el año siguiente.Se da la circunstancia que políticos como Mariano Rajoy o Joaquín Leguina , entonces con competencias en sus comunidades de origen, fueron los firmantes de los decretos de traspaso de Galicia y Madrid, respectivamente. No son los únicos nombres vinculados al Patronato, Cándido Conde Pumpido , padre del actual presidente del Tribunal Constitucional, fue vicepresidente de la junta del Patronato en Pontevedra durante varios años hasta su traslado a Madrid en 1974. ABC denunció la situación en 1975Las atrocidades en los centros del Patronato ya fueron denunciadas por ABC en junio de 1975, desde la revista semanal ‘Blanco y Negro’. En una entrevista, Amalia, una antigua interna en Peñagrande, explicaba que la víspera de dar a luz se encontraba mal y se levantó tarde, por lo que «las monjas me castigaron a fregar un largo pasillo». Al día siguiente, ya con los dolores del parto, la tuvieron sentada en una silla y, cuando no podía más y suplicó tumbarse, la comadrona le espetó: «¡Ya que has aguantado el gusto, aguanta ahora el disgusto!» . Afortunadamente para Amalia, ya había salido del lugar pero recordaba «lo mal que lo pasaron en la maternidad» sus compañeras. «Les hacían trabajar todo el día. Le daban muy mal de comer, sólo podían ver a sus hijos dos horas y les pagaban 800 pesetas al mes. ¡Increíble!», señalaba en aquella entrevista, una denuncia, con Franco todavía vivo, que, desgraciadamente cayó en saco roto.Robo de bebés «Los niños que subían a la enfermería ya no volvían» Paca Blanco reconoce que fue una rebelde desde el primer momento. «Me escapé de todos los reformatorios en que estuve», explica. Huérfana de padre, al primero le llevó su familia «tratando de hacer de mí una mujer como Dios manda». Era el año 1967. Pero escapó y recurrió a la ayuda de un novio, que la dejó embarazada, por lo que acabó en Peñagrande. «De allí también quería escapar, y la superiora me vio buscando la manera y me dijo: ‘No hace falta que te fugues, te abro la puerta cuando quieras, pero tal como estás embarazada tienes ahí fuera pendiente la ley de vagos y maleantes, así que acabarás en la cárcel’». Pese a ello, salió del reformatorio y se dirigió al centro de clasificación (donde decidían a qué centro eran enviadas). Fue cuando un familiar puso fin a aquella etapa al señalar a su madre, su abuela y sus tías que «¡hasta aquí hemos llegado! La metisteis para evitar que fuera a la cárcel y la vais a acabar llevando vosotras». Volvió a casa, pero la presión no terminó porque «la Policía no me dejaba en paz, querían llevarse a mi niña argumentando que no la podía mantener». Paca denuncia que en Peñagrande «los niños subían enfermos a la enfermería y ya no volvían». «Decían que habían fallecido, pero allí no había ningún cementerio, ni se celebraba ningún funeral», recuerda. «Además, éramos nosotras las que limpiábamos el centro y, casualmente, el día después de la supuesta muerte nos pedían limpiar las salas de visitas y solía venir algún matrimonio». En su memoria, pesa el caso de una chica de 15 años, que murió por las complicaciones del parto, después de «una noche muy dura en que la pobre solo daba alaridos de dolor, mientras le gritaban que aún estaba a tiempo de pedir perdón por su pecado, para que su hijo no saliera como ella». Según su testimonio, los padres de la chica llegaron al día siguiente y dijeron que se llevaban el cuerpo de su hija al pueblo para enterrarla allí. «Las monjas les dijeron que el niño también había fallecido pero no quisieron llevárselo para no sufrir la vergüenza en el pueblo de tener que explicarlo. Sin embargo, al día siguiente vi como llegaba un matrimonio y se llevaba a un recién nacido. No podía ser otro», señala. «A mí me han destrozado la vida, ni olvido ni perdono», afirma en relación al acto de este lunes, al que asistirá porque quiere que sea el primer paso para un reconocimiento más amplio, también por parte del Ministerio y la Ley de Memoria Democrática. «No nos hemos planteado pedir una indemnización, pero sí que al menos se nos reconozca como víctimas, tanto del franquismo como de la dictadura», explica.«Les ha servido como promoción personal y profesional»Hasta el momento, ni la Confer ni las congregaciones implicadas han querido hacer ninguna declaración hasta después del acto, pero la semana pasada, el presidente de la Confederación de Religiosos, Jesús Díaz Sariego, hablaba de las reuniones previas que han tenido con las afectadas y de la investigación que han hecho las congregaciones para conocer lo que realmente ocurrió. «Percibimos que ellas necesitaban para su propia sanación este gesto . Si este gesto sirve para reconciliar y ayudar a esas mujeres que tanto han sufrido en su historia personal, bienvenido sea«, reconocía Díaz Sariego.Sin embargo, añadía una puntualización que ha molestado a las supervivientes, al explicar que han podido «constatar cómo muchas mujeres que han pasado por estos centros les ha servido como promoción personal y profesional». «Han dicho que nosotras éramos la excepción, que la mayoría estaban contentas, pero a esas no las conocí», nos explica Loli, que se muestra un tanto escéptica ante el acto del lunes. « Yo no soy víctima de nada, yo sobreviví. Víctimas fueron las pobres que se suicidaron tirándose por el hueco de la escalera. Me temo que va a ser un acto para lavarse la cara, no creo en ese perdón», añade. «Fue algo sistémico»Consuelo García Cid también insiste en la idea de que lo que sufrieron fue algo sistémico. «Si tu vives mal, tu padre te pega, tu madre te ha abandonado, estás entre cabras, duermes en el suelo y no comes tres veces al día, si te meten en un sitio así, te va a parecer normal. Estas son las negacionistas que dicen haber estado bien , prácticamente en un spa», afirma. «Las congregaciones de la Confer que no formaron parte del patronato me dan mucha pena, porque no nos han hecho nada. Las vi muy afectadas con los ojos cristalinos, al borde del llanto», explica sobre las reuniones que han mantenido con ellas. «La superior actual de las Adoratrices [la orden que regentaba el centro en el que estuvo] me ha pedido un abrazo y se lo voy a dar porque ella a mi no me han hecho nada , pero lamentablemente es la responsable de la historia de toda su congregación. Cuando uno preside algo asume esto». «La democracia nos debe diez años de vida, el responsable es el Ministerio de Justicia» Consuelo García Cid Superviviente del PatronatoUna responsabilidad que Consuelo y las supervivientes también atribuyen al Ministerio de Justicia y a su actual titular, Félix Bolaños. «Franco muere en el 75, yo viví la muerte de Franco en el reformatorio de Adoratrices de aquí de Madrid, pero es que no desaparece hasta 1985. La democracia nos debe 10 años de vida , y el responsable en este caso es el ministerio de Justicia, puesto que el patronato dependía de él y del Gobierno de España».Las supervivientes han tenido de momento reuniones con la ministra de Igualdad, Ana Redondo, de las que han salido muy satisfechas, pero esperan ser recibidas en breve por el titular de Justicia. Fuentes del Ministerio de Igualdad han confirmado a este diario que el lunes estarán presentes en el acto de la Confer y que están trabajando «desde el Instituto de las Mujeres, en línea de hacer un acto de reparación del Gobierno en general, enmarcado dentro de los actos de memoria democrática por 50 años de ‘España en libertad’ », convocados en 2025 por cumplirse el cincuentenario de la muerte de Francisco Franco. Sin embargo, puestos en contacto desde este medio con representantes de los ministerios de Justicia, Igualdad y Memoria Democrática, la sensación es que el acto de reparación desde la parte pública a las supervivientes del Patronato para la protección de la Mujer no está todavía maduro, y que el criterio general es descargar toda la responsabilidad de los desmanes de la institución en el franquismo , olvidando, como afirma Consuelo, que la democracia les debe, de 1975 a 1985, 10 años de vida.

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