Manolito, ‘el pollero’, el único poeta de la bohemia que vivía de la pluma

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Manolito, ‘el pollero’, el único poeta de la bohemia que vivía de la pluma

Madrid era un arrabal de pretensión y aspiraciones. Una ciudad con resaca que despertaba confusa de monarquías absolutas en absoluta decadencia, un ir y venir de tranvías y mulas, de capas, sombreros y sables que lucían, a la mínima provocación, ansias de venganza por hacer sangre. Sangre que se compraba en el Matadero para sanar, ecos de últimas colonias y un escaparte construido en la Gran Vía, sueño de un Rey que añoraba una ciudad cosmopolita que no se quedara atrás del París de ensueño y del Londres de moda. Los cafés literarios eran consultas psiquiátricas, donde se trataba a los locos de la pluma y la actualidad, sesiones que eran tertulias y que servían para todo, y muy en especial, para matar el tiempo entre risas, rimas, envidias y gabanes. La calle Tetuán era un mentidero en forma de trastienda, un paso atrás en la Puerta del Sol, epicentro de la movida literaria y social de la ciudad. Allí nació nuestro gato de hoy, Manuel Fernández Sanz, que pasaría a ser tigre para toda la eternidad como Manolito, el Pollero. De su poesía nos quedan joyas como la que dedicó a la Semana Santa: «Jueves Santo / Viernes Santo / duelo y llanto. / Tanta aflicción es de espanto; / no sé ni cómo lo aguanto». Nacido en Madrid en el año 1909, el Pollero fue autor de un único libro póstumo, editado por Camilo José Cela en la colección ‘Juan Ruiz’ de ‘Papeles de Son Armadans’, titulado ‘Silva, Grillera y Cigarral de Manolito el Pollero. Una genialidad publicada, cuando las cosas geniales eran libros y el retorno una cosa demasiado obscena para tener en cuenta por parte de los paganinis.En ese Madrid en blanco y negro, los domingos por la mañana, Conrado Blanco organizaba ‘Alforjas para la poesía’ en el Teatro Lara, unos recitales para aquellos que estaban saturados de El Rastro. Y ahí, nuestro Manolo el Pollero siempre repetía su villancico, una preciosidad solo al alcance de las plumas perfectas: «Cuando con los otros niños / de niño jugabas tú / ¿sabías o no sabías / que eras el Niño Jesús?». O también su famoso poema de la rana: «Al pasar junto a la charca / el niño me preguntaba /¿Qué son las ranas? / pues mira niño, las ranas / ¿y por qué nadan?/ pues mira niño, las ranas / ¿y por qué cantan? / pues mira niño, las ranas / ¿y por qué? / y no tuve más remedio que tirar al niño al agua».Noticia Relacionada GATOS QUE FUERON TIGRES estandar Si Michi Panero, el gato que no quería dormir Alfonso J. Ussía Un madrileño de la calle Ibiza, 35 que vivió como quiso haciendo lo que le dio la ganaComo todos los genios, Manolo era un desastre administrando todo lo que suponía ingresos y cuentas pendientes. Era un tipo caprichoso como pocos. A Mingote le decía lo que debía tomar, igual que a Manolo Alcántara y a Jaime Campmany, porque solo invitaba cuando pedían lo que él autorizaba. Pero esa generosidad, construida gracias a los dividendos que le dejaba la pollería heredada, sirvieron para financiar el arte de los últimos bohemios, aquellos que sobrevivieron a la generación del 27 y que hicieron de la España de la posguerra, el árido cultivo desde el que floreció su genialidad. Me cuenta Jesús Egido, que el primero en sacarle algo fue Pepe Esteban, pero el bueno de Manolo siempre entendió que el arte de la poesía, como todo lo que realmente merece la pena, era ajeno al éxito y al dinero. Uno de sus íntimos amigos fue Gerardo Diego, que llegó a compararlo como un nuevo Arcipreste de Hita , un poeta que escribía su obra en servilletas de papel que luego pasaba a limpio para sus recitales tabernarios en locales como el café Pombo o el Varela de Madrid, donde hoy Melquiades pone su empeño en devolver la gloria de «la media tostada» a todos los plumillas que por ahí nos orillamos. Manolo fue un poeta auténtico, un hombre que paseaba su fortuna heredada en cafés y tertulias, en naturalidad y talento y que solo apechugó en el mostrador de la pollería, una Navidad que le obligó a trabajar tres días seguidos. Tres días eternos si lo comparamos con una vida hecha a medida del garbo y la cintura, de su forma de entender la poesía como la llave para abrir las puertas de la verdad y de la risa. Murió en Asturias en 1966, pero Madrid se quedó desde entonces huérfana del arte y el descaro, del morro encajonado en el talento de alguien de la talla de Manolo el Pollero, el único poeta de la tardobohemia que vivió de la pluma. Literalmente.

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