Por la gatera

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Por la gatera

Aún le pinchan y no sangra cuando Máximo Huerta recuerda el episodio de aquella tarde en la que acudió a Moncloa a dimitir, sólo una semana después de su toma de posesión como primer ministro de Cultura del sanchismo. Era un día de San Antonio; recuerda bien la fecha Huerta porque al margen del diita que pasó (que para él se queda) entendió de qué pasta estaba hecho Sánchez cuando se puso a reflexionar cómo pasaría él a la historia. «Mira cómo acabaron Zapatero, Aznar y González’… todos fatal. ¿De mí, qué dirán?». El marido de Begoña tuvo el cuajo de ponerse a hablar de él mismo y de la trascendencia de su obra con el dimisionario de cuerpo presente, que salió de allí con la pena de dejar de ser ministro pero también con el alivio de luto que le procuraba saber que se estaba librando de semejante personaje. Siete años después de aquel episodio, precisamente este último día de San Antonio, implosionaba el sanchismo en un estallido interior y brutal que ha provocado daños catastróficos en Ferraz y Moncloa a cuenta de la corrupción económica, moral y ética protagonizada por los dos pilares fundamentales que el hermano de David Sánchez eligió para levantar su edificio político: Ábalos y Cerdán. Resolvamos, pues, la incógnita, a nuestro Narciso, que como en la película ‘Los otros’ a estas alturas es el único no sabe que ya es un cadáver político. Sánchez pasará a la historia como un engreído fuera de común, un pedantuelo jactancioso que considera una «anecdota» que sus dos secretarios de Organización en el partido formasen una banda criminal que extendió a buena parte del territorio nacional sus rentabilísimos trajines delincuenciales por los ministerios (dinero público por tanto), con una afición desmedida por las ‘sobrinitas’, a las que ponían piso y procuraban un enchufe en la Administración para que todos los españoles les pagásemos su frenética actividad venérea. El Tito Berni o aquel senador Curbelo, el que según confesó «se meaba en las putas cuando venía a Madrid», son apenas unos zarramplines al lado de los ajetreos de alcoba del trío Calaveras. También pasará Sánchez a la historia como el presidente que puso todo su empeño en hacer fosfatina la igualdad entre los españoles que consagra la Constitución, eligiendo para que se turnasen al volante del buldócer aquellos que están deseando acabar con España. El que «cambiaba» tan pichi de opinión sobre los indultos o la amnistía a los golpistas, o el pacto con los proetarras, desguazando su promesa preelectoral de no hacerlo. Será recordado por salir de cacería con los jueces o la prensa en el punto de mira, y sobre todo por levantar un muro, ‘apartheid’ ideológico, entre los españoles. Avezado petardista, improvisa cualquier mascletá para que el ruido que genera tape el penúltimo escándalo que le agobia. Disfrazado de pacifista, el martes puede montar una zapatiesta en la OTAN, así la gente no habla de Ábalos, de Koldo, de Cerdán, de la fontanera, de su fiscal general, de Begoña, del hermano músico o del sursuncorda.Con todo ello, podemos concluir que la dimensión histórica de Sánchez , en la parte buena, será al fin y al cabo tan diminuta que para pasar a la posteridad le valdrá cualquier gatera o, como mucho, la puerta pequeñita del Imaginarium, que atravesará como un juguete roto de la política canturreando el «yo estoy bien» de Paiporta y «que ya son casi las cinco y no he comido».

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