El rápido desplazamiento hacia Oriente Medio de capacidades de ataque norteamericanas ya señalaba la predisposición de EE. UU. para intervenir en el conflicto Israel-Irán . La finalidad suprema sigue siendo impedir que Irán se dote del arma nuclear, proyecto denunciado incluso por la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Se daba, además, un gran consenso occidental sobre la necesidad de parar tan peligrosa deriva del régimen iraní, confirmado por el diagnóstico, entre otros, de Trump, Macrón y Starmer: «no se puede permitir que Irán se dote del arma nuclear». En la madrugada de este domingo, se ha lanzado un ataque norteamericano contra el programa nuclear iraní, con sorpresa táctica por el momento de lanzarlo, con Trump voceando el señuelo de necesitar dos semanas para tomar la decisión. Los objetivos inicialmente atacados por las fuerzas norteamericanas han sido las principales instalaciones del programa nuclear iraní, incluyendo las de enriquecimiento de uranio con fines militares, en Fordo, Natanz e Isfahán. Lo más novedoso de los medios empleados para los ataques han sido las bombas guiadas GBU-57 , de alta precisión y 13.600 kg de peso, diseñadas para destruir objetivos profundamente enterrados y protegidos por hasta 60 m de tierra y 16 de hormigón, tales como instalaciones nucleares y órganos de mando del más alto nivel. Fueron lanzadas por cazabombarderos B-2 Spirit, cuya base operativa está en Diego García, atolón del archipiélago de Chagos, en el Índico. Estos aviones, de autonomía de 11.000 km podrían teóricamente alcanzar los objetivos en Irán y regresar sin repostar en vuelo, ya que la distancia desde el atolón hasta Teherán ronda los 4.000 km. Pero, aunque sean furtivos, son subsónicos y habrán volado con protección aérea propia, por lo que las cisternas volantes también habrán intervenido en la operación. Un análisis de urgencia no permite concluir la deriva final del conflicto. Sin embargo, sí posibilita aventurar múltiples consideraciones. La más inmediata es que la denominada arquitectura global de seguridad o, si se quiere, el orden mundial , están al borde de fenecer . El tablero de juego internacional es una mecha ardiendo que no se sabe bien si conduce o no a la explosión definitiva. Otra consideración es la descarnada visualización del lazo de unión inquebrantable entre Washington y Jerusalén gracias al cual, previsiblemente, se abortará la potencial amenaza nuclear iraní que es -o era-, un peligro para todos. La oportuna iniciativa norteamericana evita, además, la tentación de Jerusalén de emplear su arma nuclear contra Irán lo que, en su caso, provocaría inmediatamente una escalada en todo Oriente Medio que condujera hacia un conflicto armado mundial. También hay que resaltar las enormes capacidades del poder militar norteamericano. En concreto, la eficacia de los Massive Ordnance Penetrator (bombas de penetración masiva) que, si hubieran logrado la neutralización del programa nuclear militar iraní subirían al rango estratégico. Mostrarían lo difícil de escaparse a la acción tecnológica militar norteamericana contra objetivos supuestamente invulnerables. Por ello, lo lógico es que los ayatolas se replegasen a sus mezquitas para lamerse las heridas. O, alternativamente, exponerse al riesgo de botas internacionales sobre suelo iraní que, probablemente, acabasen con su régimen teocrático. Curiosamente, el gran beneficiado de todo este desorden es Putin quien, descaradamente, aprovechó recientemente la ocasión para ofrecer sus «buenos oficios» para intermediar entre Jerusalén y Teherán. Como bala de plata, el líder ruso exhibía su buena relación con la jerarquía iraní, si bien parece haberse puesto de perfil para no distraer su propia atención prioritaria sobre la guerra en Ucrania. Moscú, previsiblemente, no va a jugar un papel relevante en el actual conflicto en Oriente Próximo. Y, así, mientras esta guerra entre Israel e Irán y la involucración en ella de EE. UU. desvían la atención occidental sobre Ucrania, el líder ruso acelera sus conquistas territoriales allí. Asimismo, el potencial cierre por Irán del Estrado de Ormuz o, meramente la posibilidad de ello, fortalecen las financias rusas por la venta del crudo ruso. El actual escenario apunta dos riesgos mayores . Uno, el más inmediato, viene de la probabilidad, accidental o inducida, de fugas nucleares. El otro, más permanente, procedería del incremento de las acciones terroristas contra intereses norteamericanos y occidentales. Asignatura por la que el régimen iraní viene mostrando particular vocación y maestría.

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