Retrato de una panadería rural: una vida de sacrificio en una España de pocas opciones

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Retrato de una panadería rural: una vida de sacrificio en una España de pocas opciones

Sin pan no hay pueblo. Y de los 236 municipios que hay en Teruel, ya no hay panadería en 196 . El silogismo es claro, entonces: áreas enteras de la provincia languidecen. Los habitantes que perviven en pueblos yermos envejecen y una barra es algo que para esas generaciones de mayores implica algo más que llevarse miga y corteza a la boca. Significa hogar. En la comarca del Jiloca que va saltando entre Zaragoza y Teruel y donde el cerdo se hace manjar, ese trozo de jamón descolgado del secadero no pasa sin la rebanada de turno. Y ahí entra gente como Jesús. Jesús Peribáñez es una de esas personas humildes a las que les da pavor el apelativo ‘héroe’, pero los vecinos de –ahora– doce pueblos del Jiloca «no saben qué harían» –repiten incesantemente al preguntarles– sin él. Y eso está por venir en muy pocos meses, porque se jubila este año, tras 49 «al servicio» de sus vecinos. Todo el trabajo de la panadería ‘Burbáguena’ o ‘Peribáñez’ –que por los dos nombres es conocida–, herencia de su padre y comprada por su abuelo Santos por la friolera de mil pesetas de principios del siglo XX, se quedará en las paredes de este horno secular de piedra refractaria, de tipo moruno. No hay relevo generacional por el momento, porque la hija de Consuelo Guillén y Jesús trabaja en otras labores «menos sacrificadas» en Zaragoza. «No la queríamos cargar con esto…», afirma orgulloso el padre. Arriba, Consuelo Guillén despacha pan en su negocio de Burbáguena (Teruel). Abajo, Jesús en ruta a Cucalón y Lanzuela FOTOS: RAMÓN COMETY es que el oficio de panadero es mortificante. Se podría decir que este hombre a punto del retiro es un panadero prémium . No solo hace pan desde la noche anterior; a las 7.00 horas como un clavo todos los lunes, jueves y sábados del año coge su furgoneta –tal y como le encargó su padre desde que tenía 16 años– y se va monte a través (ahora son vías secundarias que merecen una buena reforma) a repartir por esa docena de núcleos de escasa población. «Me hace duelo –frase muy aragonesa– que las personas ancianas se queden sin pan». El alimento –aroma inconfundible el del recién hecho a la leña– llega siempre a su hora. Un vecino apoda al panadero ‘el Omega’. Si tiene su entrada en la plaza a las 10.10 horas, Jesús no se retrasa. Y si hoy se demora algo por culpa de los informadores, todos intuyen ya que «algo pasa». Hay municipios diminutos de su ruta diaria donde Jesús llega a detener el vehículo hasta en tres ocasiones, para que los paisanos «no tengan que andar cien metros», dice este jotero impenitente. El maestro de la hogaza es también un virtuoso de las jotas. Confiesa que son «sus dos vicios». En total, en su recorrido hace más de cien kilómetros desde la panadería de Burbáguena (350 habitantes) hasta su vuelta, a las 11.30 horas –parada obligada para el café incluida–. Como compañía, él se enchufa sus viejas tonadillas del grupo baturro al que pertenece y va calentando la voz mientras conduce. «El día que mi mujer deje de gastar y mi suegra se quede muda»… canta. Las interpretaciones masculinas de este arte maño tiran siempre hacia los mismos tópicos. «A mi mujer no le gusta ésta». Y pone en la radio otra muestra del folclore. La que no agrada a Consuelo está dedicada a una morena (la cónyuge es rubia) y suena más poperizada. A Consuelo, pese a una vida amasando y despachando pan junto al bueno de Jesús, lo de las jotas no le atrapa. Va con él a un certamen y ahí se queda la cosa. Inclemencias en la Laponia españolaÉl también la acompañó a ella en sus tres cánceres reproducidos durante lustros. Sin pudor, mientras despacha las barras que han elaborado juntos de madrugada en el negocio artesano, Consuela cuenta la odisea de «recibir radiología en Zaragoza, trasladada por una ambulancia con 8-9 personas dentro». El calor cerrado al verano, el mal estado del pavimento, el invierno gélido en esta comarca bautizada como ‘la Laponia española’… Todas esas inclemencias que siempre han indignado a ‘la provincia pobre’ y a sus escasos residentes por el maltrato de servicios que afrontan. Las mismas malas condiciones que encuentra Jesús para el tránsito rodado de los bollos: «Una vez llegué antes que la quitanieves», presume. Lechago, arriba, es otra parada obligada en el recorrido por doce pueblos de la comarca del Jiloca que hace Jesús. Abajo, de vuelta a su local y junto a su esposa FOTOS: RAMÓN COMETLa de Jesús es una bonhomía que raya a veces lo increíble. «En diciembre, enero y febrero, el negocio no sale rentable –sorprende–. Se venden unas 50 barras al día, como mucho. Hasta tengo que poner dinero de mi bolsillo, pero en verano, con la llegada de turistas a los pueblos, esto se multiplica y tengo que contratar a un joven para que nos ayude». Este hombre de ritmos circadianos cambiados lo prepara todo desde las nueve, diez, once de la noche, depende de los encargos que tenga: en verano, casi no duerme. Tres horas al día. El negocio estival se acelera de 300 barras a unas 2.000 al día. Además del reparto. Ese tránsito lleva –repasarlo ya cansa–, por orden, a Luco de Jiloca, Báguena, San Martín del Río, Villanueva de Jiloca, Ferreruela de Huerva, Cucalón, Lanzuela, Lagueruela, Bea, Cuencabuena y Lechago; en algunas ocasiones vende también a bares y ultramarinos de las dos urbes que flanquean su localidad, Calamocha y Daroca. Hay pueblos con una sola familia. Se desplaza incluso a alguna granja cercana. Además, hace las veces «de tienda y farmacia», como él repite, porque les «sube» a los vecinos las medicinas que necesitan para que no tengan que depender de un coche. «Puede estar fallecido»Se conoce a cada residente al dedillo, les pregunta por sus familiares y les deja el pan para otro vecino que hoy «va de médicos» y no puede acudir a por sus barras, tortas (‘españoletas’), palmeritas o magdalenas para el desayuno. Muchos se lo han dicho la noche anterior por WhatsApp y gestionar eso «es una locura», confirma. Y no es una clientela con prestancia en el móvil. Alguno llama por teléfono para corregir el pedido que le ha escrito momentos antes. «El sábado viene la familia desde Madrid, necesito más», teclea uno. Jesús cobra diez céntimos más la barra (de 1,10 a 1,20 euros) por el kilometraje. Una vez –recuerda mientras censura al volante que hay obras y tiene que dar un garbeo– se percató de que un anciano no acudía dos días a su cita con el pan, dio la voz de alarma y lo encontraron fallecido. No es agradable pero, con una edad media de 80 años, aquí se convive con la cercanía de la muerte sin muchos remilgos.De lo que se queja mínimamente Jesús es de la mala educación que trae algún foráneo, como si en las aldeas las cosas tuvieran que darse con premura «porque sí». Notas discordantes al margen, el panadero todoterreno no pierde su buen humor. Cuenta que tuneó su furgoneta para ponerle una bocina de camión y que todo el mundo mayor la escuche a su paso. «Los mecánicos del taller flipaban, claro». Apagado el bocinazo y encendida su pensión, la pérdida tendrá ‘miga’ en el Jiloca: su conversación, el servicio y el estar ‘vivos’, lamenta un vecino de Cucalón.De los 236 pueblos de Teruel, 196 no tienen panadería. Solo uno de cada cuatro comercios tiene garantizada su continuidad 5-10 añosEl caso de Peribáñez apareció en 2024 en un estudio de la Cámara de Comercio de Teruel y la Diputación Provincial en los municipios de menos de 500 habitantes, con el objeto de indagar en los comercios que quedan y que hizo saltar algunas alertas. La panadería no está muriendo solo en los pueblos (la distribución en grandes superficies provocó el cierre de más de 600 negocios de pan en 2023 en España); pero en lugares que se van vaciando son, junto al bar, centros neurálgicos de la vida social. Los dos organismos, Cámara y Diputación, asesoran en las operaciones de traspaso o compraventa de locales que se van a perder. Otros se transforman en multiservicios que dispensan pan, fruta y carne y sirven de bar. En boca de Rodrigo Villarroya, director de Comercio y Desarrollo Territorial de la Cámara de Teruel, «que se cree un multiservicios es una mala noticia» porque eso significa pasar de manos privadas a gestión municipal. Es pérdida de economía familiar. Solo uno de cada cuatro comercios rurales analizados en Teruel tiene garantizada su continuidad los próximos años. El 60% no tiene relevo. Jesús apunta que «una pareja de Daroca está interesada» en el suyo, aunque Consuelo y él residen encima, así que «tocará reestructurarlo todo». El panadero no sabe por dónde acabar, pero hay que hacerlo, dice. No deja para una jornada ni tiene vacaciones. El día que murió su madre horneó pan: «Fue un homenaje». Es hora de cuidarse y hacer el viaje soñado: Argentina, adonde emigró su abuelo , quien creyó en las posibilidades de un horno que un siglo después se apaga.

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