Que Burgos no es Madrid, ni Pamplona ni Bilbao…, pero tiene, o debería tener, su corazoncito, por solera y tradición. Y por su respuesta firme y unánime a la tauromaquia. Cada año, cada feria, el Coliseo hasta la bandera. Más de diez mil almas cada día, y eso merece un respeto.Y más por parte de quien es el diestro más taquillero, el que arrastra a los públicos. Pero no, Andrés Roca Rey solo asumió ese papel de primera figura del momento al poner el cartel de «No hay billetes». Más allá de eso no respondió a ninguna de las responsabilidades que lleva consigo ese honor. Empezando por los toros. Decía que Burgos no es Madrid, y nadie piensa que aquí deben venir las cabeceras de las camadas, pero de allí a lo que salió con la divisa de El Parralejo… Si desde abajo ya se les apreciaba el trapío muy justo, no quiero pensar cómo se verían desde lo más arriba del tendido, allá por las alturas, que en el moderno Coliseo hay casi treinta filas.Y la responsabilidad no es ya por los gestos y sentimientos en pro de la defensa de la Fiesta, del presente y del futuro, que también, sino sencillamente por el respeto que merecían los miles de burgaleses que se dejaron sus euros al reclamo de la figura. Un Roca que tuvo enfrente a dos toretes endebles. El segundo de la tarde, un carretón al que lo toreó a derechas e izquierdas con soltura, pero sin emoción. Los naturales largos apenas tenían eco y hasta que no pisó las cercanías las ovaciones no sonaban cerradas. Circulares por delante, por detrás, arrimón y todo un repertorio roquista que se le agradeció, pero sin explosiones de fervor. Una oreja para el peruano, que supo a poco, poquísimo.Con el quinto, de lamentable cornamenta, la cosa fue peor, pues el torillo se apagó a las primeras de cambio y ni le dejó justificarse entre los pitones. Una tarde perdida con una plaza a rebosar. Cumplió el público con el «No hay billetes» colgado en las taquillas, esta vez la responsabilidad no asumida cayó del otro lado.La tarde traía además la ilusión de los aficionados por un joven torero burgalés, con apenas un año de alternativa, que llegaba a la plaza de su tierra con el acelerador a tope, dispuesto a que no se le fuera un día tan señalado. Jarocho lo dio todo, cuando el toro le dejó y cuando no. Al tercero, un novillote pitorro, se dobló para fijarlo en el comienzo de faena para pasarlo por el derecho sin apretar, con buen aire. Se ajustó conforme avanzaba el trasteo. Al natural hubo despaciosidad y torería en el final por bajo. La espada difuminó lo hecho. Y tuvo en la mano su sueño de abrir la puerta grande con el sexto, más seriecito, ante el que el chaval salió a revientacalderas. Se lo pasó muy cerca y aguantó firme los parones. Cobró una estocada que los paisanos celebraron tanto como el torero, pero, cosas del destino, el toro tardó en caer y un fallo con el descabello redujo el premio, que ya se vislumbraba doble, a una oreja.El que abrió plaza, tan chiquito como escaso de fuste y sobrado de bondad, le sirvió al mexicano Joselito Adame para trazar muletazos con una y otra mano en un conjunto de lastimosa imagen y deslavazado. Ni la mínima emoción por parte de un animal que, para colmo acabó rajado en mansa huida a las tablas. El cuarto se desplomó y soltaron como sobrero uno de más de seiscientos kilos, que quería, pero no podía. Al tercer muletazo se paraba. Como Adame anduvo variado y vistoso con el capote y animoso y porfion con la muleta, poco importó el bajonazo para que paseara una oreja en aparente triunfo.Feria de San Pedro Coliseo de Burgos. Domingo 29 de junio de 2025. Lleno de «No hay billetes». Toros de El Parralejo, de escaso trapío, nobles y febles. El cuarto, como sobrero. Joselito Adame, de rioja y azabache. Estocada baja (ovación tras petición). En el cuarto, bajonazo (oreja). Roca Rey, de pizarra y azabache. Estocada baja y descabello. Aviso (oreja). En el quinto, estocada corta (silencio). Jarocho, de blanco y oro. Cuatro pinchazos, estocada y descabello. Aviso (silencio). En el sexto, estocada y dos descabellos (oreja).Tarde marcada por el tirón de Roca Rey y por una corrida de El Parralejo lejos de los mínimos que se deben exigir para lo que en la ciudad del Cid se vivió como un acontecimiento, que al final resultó insufrible por momentos en tres horas largas a las puertas del infierno. Hasta la luz se iba y venía.

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