Enfrascado en su intensa agenda internacional de las últimas dos semanas, que culmina ahora en la Conferencia para la Financiación al Desarrollo de Sevilla tras haber recalado previamente en la Cumbre de la OTAN en La Haya (Países Bajos) y en la última cita del Consejo Europeo antes de las vacaciones, Pedro Sánchez medita en solitario cómo resetear al PSOE tras el impacto que aún perdura del caso Cerdán. El sábado el Comité Federal del partido, su máximo órgano entre congresos, con representación de los líderes territoriales, dará su bendición a la nueva Ejecutiva, en la que habrá una figura clave, la del nuevo secretario de Organización. Aunque el renovado equipo podría incluir también otras caras en puestos cruciales de la cúpula socialista, hasta ahora bajo el férreo control del exdiputado por Navarra, que este lunes declara ante el Tribunal Supremo (TS). El presidente, antes del citado deambular por encuentros internacionales, se dedicó a recabar todas las opiniones posibles para testar el futuro de su proyecto político. Empezó, como es púbico y notorio, con su ronda con los aliados parlamentarios. Y allí no se anduvo por las ramas nada más comenzar cada encuentro. «¿Cuento con vuestro apoyo? Tengo intención de continuar hasta el final de la legislatura», les trasladó invariablemente a cada uno de ellos, salvo a Podemos y BNG, que no quisieron sentarse esta vez con el jefe del Ejecutivo. Después llegó el encuentro, algo más discreto, con Salvador Illa el pasado 20 de junio, en el que el presidente de Cataluña y líder del PSC le trasladó sus impresiones sobre la situación que vivía el partido tras la caída en desgracia de Cerdán, quien además ejercía la interlocución fuera de España con Carles Puigdemont para mantener el apoyo parlamentario de Junts per Catalunya. Pero Sánchez ha mantenido muchos más encuentros estas últimas semanas para recabar opiniones sobre el rumbo a tomar en el partido. Y no solo con gente de la formación, sino con personas de la sociedad civil, tal y como confirman fuentes del PSOE. El presidente lleva mucho tiempo recluido , sin conceder entrevistas, sometiéndose lo justo y necesario a ruedas de prensa, salvo las dos comparecencias que protagonizó de manera insólita en la sede de Ferraz (no la pisaba desde su época de líder de la oposición) tras la abrupta salida de Cerdán. Con esas dos apariciones trató, en buena medida, de lanzar el mensaje de que recuperaba el control del aparato del partido, que entregó en su totalidad a Cerdán, permitiendo por acción u omisión la defenestración de Adriana Lastra , número dos del partido hasta 2022 y quien ahora ha denunciado un acoso machista por parte del exsecretario de Organización del que, según afirmó la hoy delegada del Gobierno en Asturias, era conocedor «todo el partido». Sánchez ultima estos días la decisión con el ‘feedback’ de todas las personas a las que ha consultado, y con dos modelos de los que nadie conocedor de la historia moderna del PSOE puede sustraerse. Aunque ambos apuntan a un final de su Presidencia al que se resiste, convencido de poder completar la legislatura hasta 2027 e incluso revalidar una vez más su mandato. El primero es el de Felipe González y el segundo el de José Luis Rodríguez Zapatero, los dos expresidentes ahora antagónicamente enfrentados, entre otros asuntos por la propia valoración de la figura de Sánchez, del que Zapatero es un devoto defensor mientras González ha llegado al punto de anunciar por primera vez que no lo votará.Poder perdido en las urnas González, tras caer derrotado en las elecciones generales de 1996 (el único presidente que perdió el poder en las urnas en la historia de la democracia española, pues el resto o se retiró previamente o sufrió una moción de censura, como Mariano Rajoy en 2018) siguió un año más como secretario general del PSOE y líder de la oposición, hasta que por sorpresa anunció el primer día del 34 Congreso Federal que renunciaba, y su exministro Joaquín Almunia tomó las riendas. Zapatero, en cambio, planeó su retirada en 2010, sabedor de que su gestión de la crisis económica llevaría al partido a volver a la oposición. En 2011 anunció que no sería el candidato y que adelantaría las elecciones para noviembre de ese año, dejando el paso expedito a su entonces vicepresidente el fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba para ser el candidato que se midió a Rajoy en aquellos comicios. González trató de resistir hasta el final, e incluso siguió como diputado hasta el año 2004, casi una década después de salir de la Moncloa. Y no preparó el futuro, teniendo Almunia que hacerse cargo de un partido deprimido por la primera salida del poder en la democracia. Zapatero aceptó su derrota y preparó la transición en el partido. Lo hizo, precisamente, con un cambio estratégico en la Secretaría de Organización, donde colocó a un hombre de partido como el expresidente de Aragón Marcelino Iglesias. El encargo que le hizo, según personas que vivieron muy de cerca aquel crítico momento de los socialistas, fue que mantuviese unido al partido frente a la tormenta de la crisis económica y al descontento social manifestado en el 15-M, un movimiento que ya anticipaba la fragmentación política vivida pocos años después. «Nos dijo que el partido tenía que continuar y que deberíamos evitar cualquier tipo de escisión, porque el poder estaba perdido. Era muy consciente de ello», relata un veterano socialista que vivió aquella operación. Uno de los problemas que algunos se atreven a admitir en el partido es que hoy no aparecen figuras equiparables a Almunia, a Rubalcaba o a Marcelino Iglesias. Se habla de Francisco Salazar como sustituto de Cerdán , pero sacar a este veterano andaluz de la Moncloa supondría una importante pérdida de peso político para el presidente, El exdiputado Ignacio Urquizu, en una tribuna publicada la semana pasada en ‘El País’, denunció que ante el caso Cerdán fallaron «los controles internos» en el partido. La voz de este sociólogo es escuchada con respeto en la formación, también por Sánchez, y apunta a un problema de selección de cuadros dirigentes que en un momento como el actual puede ser notarse más que en ninguna otra circunstancia. La vicepresidenta primera, María Jesús Montero, abogó ayer por revisar los «mecanismos internos» para «garantizar que no se incurra en comportamientos no solo irregulares, sino también poco éticos».

Leave a Reply