Cristina Hoyos: «Mi padre me decía: ‘Tinita, a ver cómo mueves los brazos’, y nunca he dejado de moverlos»

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Cristina Hoyos: «Mi padre me decía: ‘Tinita, a ver cómo mueves los brazos’, y nunca he dejado de moverlos»

Cristina Hoyos (Sevilla, 1946), cumplió el pasado día 13 de junio 79 años, mientras descansa en su casa del Aljarafe, rodeada de cuadros y galardones, contemplando la ciudad desde lo alto. La bailaora ha recibido a lo largo de su carrera todos los premios deseados, el Nacional de Danza, la Medalla de Oro de las Bellas Artes, la medalla de Andalucía, es Hija Predilecta de Sevilla, ostenta varios premios Max, e incluso es Caballero de la Orden de las Artes y las Letras del Gobierno francés. Pero, ante su sorpresa, que confiesa muy sonriente, ha recibido el Premio Corral de Comedias de Almagro, un festival donde el teatro y no el baile, es el rey. «Sí, me he quedado muy asombrada, pero estoy muy contenta, encantada, porque es escenario donde en una ocasión actué con Antonio Gades. Me gusta mucho ir a Almagro y que el teatro se acuerde del baile, eso es maravilloso . Por eso, hasta estoy hasta un poco nerviosa», reconoce.Recuerda sus inicios en la academia de Adelita Domingo de Sevilla , una academia donde iban las niñas a cantar y algunas a bailar. «Yo vivía en un corral de vecinos en el centro de Sevilla, en la calle Vírgenes, era una casa de gente pobre. Escuchaba la radio y bailaba, pero me tenía que quitar los zapatos porque la señora de arriba decía: ‘Qué pasa con tanto ruido’…, y en seguida me llevaron a la academia de Adelita, y de allí al Teatro San Fernando, donde se celebraban galas en invierno de canción y baile. Luego empecé a bailar en otros sitios a través de concursos de radio, y con 15 años me puse a bailar en un tablao, el Patio Andaluz. Había que tener 16 años, pero el dueño me dijo: ‘no te preocupes que parece que tienes 16’, y me contrató».Entonces la vio bailar Manuela Vargas y se la llevó para la Feria Mundial de Nueva York y allí estuvieron seis meses hasta que volvieron a España. «Regresamos y a poco nos volvimos a marchar a Estados Unidos otros seis meses. Cumplí 18 años en Nueva York y me hice pareja de un bailaor y queríamos ir a Madrid y así fue», recuerda la artista.La llamada de Antonio GadesEstando ya en Madrid el universo volvió a ponerse de cabeza cuando un día le llamó Antonio Gades y empezó a ensayar con su compañía. Corría el año 1969. «Un día yo estaba ensayando y me llamó. ‘Cristina, venga para acá’, me dijo. Yo pensé: a Gades no le gusta cómo lo hago, madre mía. Me puse fatal, muy nerviosa. Y él me dijo: ‘Mira, Cristina, la parte flamenca la vas a bailar conmigo’. Éramos cuatro mujeres en su compañía. Yo pensé: ‘Madre mía’. Y a partir de ese tiempo bailé de todo, hasta la jota con palillos, que yo tocaba muy bien. Y de repente pasaron 21 años siendo pareja de Antonio Gades» .Reconoce Cristina Hoyos que en la convivencia «tenía sus cosas, pero como creador y coreógrafo era maravilloso, lo hacía todo, hasta el diseño de luces». Como pareja del que ella misma califica como «el mejor bailaor del mundo», la artista recorrió el mundo varias veces. « Viajábamos en autobús desde Madrid a Rusia, parando en Francia y otros países. Esas cosas el público no las conoce, el esfuerzo que es. Éramos dieciséis personas y llegábamos y había comida para la mitad, y nos la repartíamos. En Rusia fue increíble. Hicimos varios teatros hasta llegar a Moscú, y en la Ópera de Budapest fue tan grande el éxito que el público ni se iba del teatro. Saludábamos, y para atrás, no había manera», rememora. Juan Antonio Jiménez , su marido, está junto a ella y recuerda la anécdota de lo que había que pasar para ir a Rusia y ‘países satélites’, con los que no se podía con el pasaporte español de la época. «Íbamos a París, había que sacar un salvoconducto. Era un número».Con Antonio Gades grabal la famosa trilogía de películas junto a Carlos Saura: ‘Bodas de sangre’, ‘El amor brujo’ y ‘Carmen’ , pero de repente un día decide que esa etapa junto al coreógrafo se había terminado. Su paso con Gades le había dado fama y también a su actual pareja, Juan Antonio Jiménez, al que conoció en el Ballet de Gades. «Antonio Gades hizo un stop y estuvo un tiempo en Altea y al tiempo volvió a hacer un ballet más grande y allí conocí a Juan Antonio», comenta la bailaora. Cristina Hoyos ha bailado junto a grandes artistas como Antonio Gades manuel olmedoLlegó el cambio. «Estábamos haciendo ‘Carmen’ desde hacía cuatro años y yo sabía que en Sevilla había algo que me gustaba, la forma de bailar el flamenco , porque estando con Gades tantos años haciendo personajes, yo quería hacer otra cosa. Así que Juan y yo hablamos con Gades y le dijimos que nos marchábamos, que cumpliríamos los compromisos firmados, que fueron ocho meses, y luego volvíamos a Sevilla. No nos puso ningún inconveniente».Con la incertidumbre de que les depararía el futuro en solitario montó en 1989 su primer espectáculo, ‘Sueños flamencos’, sólo baile, sin ningún personaje, « y nos fuimos a Madrid y resultó un éxito», dice. A partir de entonces se suceden los espectáculos: ‘Caminos andaluces’, ‘Al compás del tiempo’, ‘A tiempo y a compás’, ‘Arsa y toma’ (para el que le hizo el vestuario Christian Lacroix), ‘Yerma’ (que se estrenó en la Expo 92 de Sevilla). Y en medio de todo ello, llegó la Ópera de París.«Conocíamos a uno de los directores de la Garnier, monsieur Cartier, que me había visto bailar en un teatro en París. Rudolf Nureyev era el director del Ballet de la Ópera de París en aquel entonces y no quería flamenco, pero el otro director dijo que sí , y nos contrataron. Debutamos en 1990 y la gente fue maravillosa. El público nos ovacionó en pie y cuando se cerró el telón recibimos un enorme aplauso del personal técnico de la Ópera de París. Nos quedamos petrificados. Además, fue gente de Sevilla a vernos y colgaron mantones de Manila sobre las barandas donde estaban sentados», recuerda.La vida de Cristina Hoyos está jalonada de hitos, como su famoso paseo a caballo durante la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, que fue visto por millones de espectadores en todo el mundo. «Nunca supimos cuántos millones nos vieron, la verdad. Cuando me dijeron lo del caballo me fui a Jerez para ver si podía aprender y montar un poquito. Yo no quería llevar las manos quietas en las riendas, quería bailar con ellas, así que debía controlar el caballo sólo con las piernas. Me acuerdo que nos atendió Álvaro Domecq, nos enseñó un caballo e hice ensayos con él. Fui dos veces, pero llegó la peste equina y, claro, el caballo, con el que yo había ensayado, no se pudo mover y salí al estadio de Montjuich con otro caballo que era de Albacete y que no conocía. ‘A ver qué pasa’, pensé. Pero todo salió bien. Luego me llamaron de muchos sitios del extranjero para hablar de ese momento».En 1997 llegó un freno a su carrera con la palabra cáncer . «Tuve cáncer de mama y debí parar, pero no por mucho tiempo. Me operaron tres veces y empecé a hacer gimnasia porque me habían quitado los ganglios y yo pensé: ‘Esto no me va a quitar de bailar’, y no lo hizo. Recuerdo que estábamos con mi compañía actuando en Barcelona y el lunes, que era día de descanso, por la mañana cogíamos un avión para Sevilla, me daba la quimio y por la tarde volvíamos para actuar al día siguiente. El cáncer no ganó», se congratula. En 2004 la Junta de Andalucía la nombra directora del Ballet Flamenco de Andalucía , con el que monta obras como ‘Viaje al Sur’, dirigida por Ramón Oller. «Me gustaba el reto y afortunadamente había bailaores muy buenos para el elenco. Yo quería hacer una labor y creo que lo conseguí».En la que llama su ‘tercera juventud’, etapa en la que se encuentra ahora, reconoce que a veces baila. «He hecho varias cosas con mi amigo Jesús Ortega, que siempre estaba a mi lado. Hice también un espectáculo en el museo Helga de Alvear de Cáceres junto a Jesús, donde se bailaba en cada sala. Yo bailé una farruca con una bata de cola negra», asegura.Muchas veces se ha hablado del braceo de Cristina Hoyos y de su forma de mover las manos. «Yo creo que es natural, desde pequeña. Le he dado clases a otras bailaores, pero ellas me dicen que como yo lo hago no lo pueden hacer. Es algo especial, me lo ha dicho mucha gente. No quiero decir que sea única, pero es así», reconoce.Dice que ella y su marido hacen vida de jubilado y viajan todos los meses a Madrid para ver al nieto. «Vamos para ver a los amigos y la familia por parte de Juan, y a mi amiga Romana González, que me maquillaba desde que hicimos ‘El amor brujo’ y nos quedamos en su casa».El flamenco sigue presente en su vida. «Hoy hay mucha variedad y hay gente que baila muy bien, pero también se está haciendo demasiada innovación , cosas muy raras que quieren hacer un poquito de contemporáneo para hacerlo distinto, pero al final no lo es», reconoce la bailaora.Con veinte años no hubiera imaginado que el baile le iba a dar tanto . «Yo llevo el baile dentro, pero nunca pensé que llegaría a ver el mundo de teatro en teatro y que me iban a dar tantos premios. Sólo quería bailar y ya está. Ahora hay muchas formas de bailar, pero desde dentro, pocos. El baile flamenco necesita alma. Y, sobre todo, la gente no sabe lo sacrificada que es esta profesión, lo que hay que sacrificar. He pasado por algunas cosas que digo, pero a pesar de los momentos malos, lo repetiría todo».Se vuelve hacia una mesa llena de fotos familiares donde hay un hombre moreno de ojos azules. «Este es mi padre. Me decía: ‘Tinita, a ver cómo mueves los brazos. Ahí, ahí’. Y nunca he dejado de moverlos».

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