Se produjo ayer en el Parlamento una situación de tirantez entre los grupos políticos que ha de repercutir necesariamente en el debate sobre la cuestión religiosa, anunciado para la próxima semana. Precisamente cuando el Gobierno, por boca del Sr. Alcalá Zamora, ha hecho repetidos llamamientos al buen sentido y ponderación de los diputados para que entren en el debate religioso con el mayor desapasionamiento surge el problema parlamentario y la Cámara adquiere un tono de violencia sostenido y vibrante. El conflicto surgió alrededor de las votaciones del artículo de la Constitución que concede el voto a la mujer. Quedan explicados en el extracto de la sesión los movimientos de las minorías en relación con el apasionante asunto. Conviene, sin embargo, puntualizar lo sucedido fuera del hemiciclo para situar el problema.Se había llegado a establecer entre las distintas minorías una especie de cordialidad, que permitía al presidente de la Cámara intervenir con los jefes de las mismas para armonizar y aligerar los debates. Esta concordia quedó rota en la tarde de ayer, no sólo por la reaparición del duelo entre las minorías radical [de Alejandro Lerroux] y socialista [liderada por Julián Besteiro], sino porque medió el grupo radical-socialista para anunciar a la Cámara por boca del señor Galarza que no concurriría ya a las reuniones de los jefes ni entraría en componendas preparatorias de los debates, sino que iría a éstos libremente y sin compromisos de ninguna dase.Peligro para la RepúblicaLa minoría radical en repetidas intervenciones había pedido que la concesión del voto a la mujer y su reglamentación se hicieran en la Ley Electoral, por entender que el voto femenino inmediato era un peligro inminente para la República, ya que la mujer en España, según cree aquella minoría, tiene una concepción política derechista y está influida por la Iglesia. La minoría socialista, por cuestión de principio, entendía que democráticamente no se podía escamotear la concesión del voto a la mujer. Hubo, sin embargo, entre ambas minorías conversaciones para que en el momento de la votación pudiera salvar la socialista sus principios, aunque no tuviera el número suficiente de votos para hacerlos triunfar. No se logró el propósito. La minoría socialista, ayudada por la vasconavarra, la progresiva y parte de la catalana, consiguió el triunfo por 25 votos.Produjo tal impresión en los radicales el suceso, que sus diputados, en los pasillos, manifestaron públicamente que se consideraban ya desligados de cualquier intento de conciliación, y que en adelante no se someterían a otro criterio que el de su propia conveniencia. Decían, además, que su empeño de salvar la República de las asechanzas que la reacción pudiera tenderle por medio del voto femenino había naufragado por el incomprensible contubernio de las derechas extremas y del partido socialista. Así, pues, y para contrarrestar la influencia de la Iglesia sobre las conciencias femeninas en las futuras elecciones, anunciaron que votarían como un solo hombre el dictamen de la comisión constitucional, que determina la disolución de todas las órdenes religiosas y la nacionalización de sus bienes.Si a esto agregamos la actitud de la minoría radical-socialista, contrariada en su mayoría por el resultado de la votación y su acuerdo de votar íntegramente el dictamen de la Comisión en lo relativo a las órdenes religiosas, se comprenderá la preocupación que en los grupos políticos no contaminados de la pasión produjeron tales acontecimientos.

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