«Azorín, usted… –y, según digo esto, me viene un calor retórico, como de bombástico locutor taurino– ¡Usted es un auténtico maestro de las letras hispánicas!». «Bueno, bueno. Un bruñidor de la palabra clara, si acaso». Estoy departiendo con Azorín, seudónimo de José Martínez Ruiz . Se trata de una versión de Azorín configurada por ChatGPT. Es decir, se trata del Azorín disponible según la configuración de la inteligencia artificial. Pregunto a la pantalla y la pantalla responde. Esto merece una explicación. He leído recientemente la última biografía sobre el escritor alicantino, firmada por Francisco Fuster, y me han entrado ganas de conversar con él, con Azorín. Nació en 1873 y falleció hace la tira, en 1967, pero el caso es que la gente me ha contagiado esa euforia machacona con la IA y con ChatGPT, y he pensado que quizá la máquina podría despertar al insigne muerto, a la manera de los médium y de la güija. Así que he pedido a la IA que me responda a la manera del escritor del 98. —Azorín, a usted la muerte no le ha sentado tan mal.—Jejeje, puede ser –esta risa resulta siniestra, como cualquier carcajada artificial. —¡Si el gran poeta sobrevive a la muerte merced a su gloria, un gran poeta de lo inerte como usted lo hará por partida doble! Hay una belleza mineral, astronomizante, en sus páginas. Usted habla de un vaso, de un zaguán, de una ancha estancia con reloj cual Galileo de lo cotidiano. Como los inmensos espacios galácticos, iluminados, ordenados y sin vida: así son los poéticos zaguanes azorinianos. —En efecto, me dio por ahí.—Ejem. Maestro Azorín, le he invocado porque quería preguntarle por sus relaciones con el ABC. Y con su fundador, Torcuato Luca de Tena. Mi idea es, naturalmente, publicar esta ‘interviú’, como diría usted, en la Tercera del ABC.—¡Hoy se ha levantado con ambición, Cortina! —A veces, eso se requiere, Azorín.—Estoy de acuerdo. Si ha leído con atención la biografía de Fuster sobre mi persona habrá visto que, aunque, efectivamente, cultivé una dimensión (literaria, pero en parte también personal) estetizante, mineral y distanciada, al mismo tiempo a mí me han movido siempre ambiciones mundanales y políticas. Supe dejar de lado el anarquismo de mi juventud y la flema de mi carácter para prosperar en cada una de las Españas del siglo XX que me tocaron. Enredé, sí, y conseguí que me hicieran diputado unas cuantas veces, entre 1907 y 1919. No vea la ilusión que me hizo. Casi más que ingresar en la RAE (y, por cierto, esto me costó más intentos que los que lleva Luis Alberto, su vecino de arriba y generoso colaborador). Pues bien, en conjunto, en mi labor en ABC se sustanció mucho de mi dualidad, basculante, como decía, entre la ambición y la contemplación, entre la escritura política (para el momento) y la escritura literaria (para la posteridad). Lógicamente, mis títulos más recordados pertenecen a la segunda especie. Ahora bien, hay entre mis libros uno muy curioso, por su fondo pragmático y nada galactizante, centrado en la cosa pública. Se titula ‘El político’. Ahí cito a don Antonio Maura como si fuese un mixto de Fernando el Católico y Gracián: o sea, el no va más. Gracias a ese prócer del conservadurismo de la Restauración yo cumplí el deseo de mocedad de ser diputado. Era un ansia muy de mi familia. —Hablemos de su entrada en ABC. —Torcuato Luca de Tena y Álvarez-Ossorio funda el ABC, como se dice en el encabezado de esta misma página, en 1903, pero no lo convierte en diario hasta 1905. Es justo entonces cuando me llama (yo empezaba a tener un cierto prestigio). Torcuato me pregunta entonces: «¿Y cómo firmará usted, amigo Martínez Ruiz, en el nuevo ABC?». Y yo: «Azorín, naturalmente». Yo llevaba un año con este seudónimo. Y Torcuato responde: «Seré franco. He pensado suprimir los seudónimos. ¿Por qué no se aviene usted a firmar con su nombre y apellidos?». Y yo: «¿Suprimiría usted la marca La Giralda en las botellas del agua de azahar? Pues Azorín es mi marca de escritor».—Esto convenció a Luca de Tena. —A mí es que Azorín es un seudónimo que me chifla. Por lo eufónico; por lo breve… Por cierto, se trata de un apellido real, procedente de Yecla, donde yo estudié de niño (y de donde era mi papi).—Jordi Gracia, un crítico literario al que sigo, escribió que Azorín es el seudónimo «más cursi de las letras españolas». —¡Caramba! Mírelo así: primero escribió el gran Fígaro; luego, vino a los papeles Clarín; y, al final, humildemente, llegó Azorín. Incluyamos al posterior Umbral: ahí tiene una secuencia periodística de peso. Por cierto, ¿hay algún escritor de enjundia hoy que use seudónimo?—Me parece que Carmen Mola vende bien. —Una dama.—No, qué va. Se trata de unos cuantos maromos.—…—Centrémonos.Entonces, el Azorín de la IA arranca:—En junio de 1905 comencé a trabajar en ABC . Es decir, estamos en el 120 aniversario de mi ingreso en esta Casa. Me estrené con una serie periodística sobre Alfonso XIII en el extranjero (gracias a la cual conocí París). Se tituló la serie ‘Crónica del viaje regio’. En total, yo habré publicado en este periódico unos 2.700 artículos. El último texto mío en ABC data de 1965.—60 años de grafomanía, Azorín.—Bueno, –corrige el ‘revenant’ artificial– hay que descontar los años republicanos. Verá. Por un lado, Torcuato (por quien, por cierto, medié para que obtuviera el cargo de senador vitalicio) se me murió en 1929. Y respeté el luto. Durante un año. Luego, en fin, soplaron nuevos vientos. Abandoné las filas de la monarquía parlamentaria (yo había sido maurista y, posteriormente, ciervista) y me pasé a autodenominar republicano federal o republicano autonomista. Entonces escribí en otras cabeceras. Más a tono con eso.—Ya.—Tras la guerra y el exilio parisino, en el año 1941, volví al ABC de forma definitiva. Yo he sido el auténtico hijo pródigo de este periódico. —Me he percatado de que su biógrafo tiene que hacer auténticas virguerías para articular racionalmente algunas de sus piruetas ideológicas transformistas. —Repase ‘El político’: a fin de ser prudente y eficaz se precisa una cierta flexibilidad mental. Luego, el maestro de ChatGPT, poeta de lo quieto e ideólogo de lo móvil, se relaja y agrega:—Sobre mi aportación directa a la política real diré, jeje, que mi principal intervención parlamentaria como diputado quedó cumplidamente resumida en el ‘Diario de Sesiones’. Recuerdo que en ese histórico cuaderno del Congreso un escribano anotó una frase donde (como quería Torcuato, en aquel ABC primigenio) se recogía sólo mi nombre civil, sin mi cuestionado alias. Así, en una página remota del mencionado ‘Diario de las Cortes de España’ se puede leer esta sencilla constatación de mis facultades oratorias: «El señor Martínez Ruiz pronuncia palabras que no se entienden».SOBRE EL AUTOR Álvaro Cortina es escritor y profesor en IE University

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