Carolina Yuste: «El elitismo cultural es una cosa insoportable»

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Carolina Yuste: «El elitismo cultural es una cosa insoportable»

Esta conversación empieza en un casino, sigue en la feria y termina en la Alcazaba, siempre en Badajoz. «Badahó», escribe ella.Ya la conocen, y si no da igual: si la ven entrar en una habitación tendrán la sensación de que la deberían conocer. Carolina Yuste (1991) lleva el pelo larguísimo y los anillos grandes, como los aros, viste un estampado de leopardo y tiene una de esas miradas que atraviesan las cámaras. No hay tantas. —La primera vez que vine aquí me colé, tendría quince o dieciséis años. Me salté el control y me senté en el bingo a jugar un cartón, súper nerviosa—, cuenta, subiendo las escaleras del reservado. Es la actriz del año: ha ganado el Goya a mejor actriz por ‘ La infiltrada ‘, estuvo nominada con su primer corto documental, ‘Ciao bambina’, que ahora ha convertido en un largo, ha sido Massiel en ‘ La canción ‘ y ahora acaba de publicar su primer libro, ‘ToDa Mi VioLeNciA eS tUyA ^^’ (Barret), una «novela filosófica choni» ambientada en el Badajoz de los 2000, el lugar donde fue adolescente y al que no deja de volver. El hogar es el hogar y las cosas cambian, pero no demasiado. —¿Y qué pasó aquel día?—Que canté bingo. Jugué otro cartón para disimular y me fui a gastármelo por ahí. A Badajoz aún se llega en un cercanías de cuatro horas y media. La hora de la cita la marca el clima: hay que esperar a que baje el sol, por motivos evidentes al salir del tren. Las horas, en Badajoz, no se derriten: se asan. Aunque los alcornoques no han ardido y el paisaje conserva la belleza de la jara, esa flor que crece en los climas más áridos. «Aquí ya estamos preparados para el desastre climático», bromea ella al llegar, antes de que una conocida de una prima la salude. No será la última vez.—¿Viene mucho a Badajoz? —Cuando no estoy trabajando me gusta estar aquí. Intento que sea el máximo tiempo posible, porque se vive muy bien. De repente el cuerpo se coloca en una relajación increíble. Llevo ya quince años en Madrid y cada vez me apetece más estar aquí, con mi gente, vivirles más rato. Luego es verdad que hay momentos en los que digo: venga, vámonos. Y ese es mi privilegio ahora mismo, habitar los dos universos. —Esta es una novela extremeña. Muy extremeña. Parece casi un homenaje.—Llevaba muchos años con ganas de contar una historia que tuviera que ver con Badajoz, porque me faltan relatos de Extremadura en la ficción. Creo que no estamos lo suficientemente representadas, y que fuera de aquí no conocen nada más que el campo, que es divino, pero hay muchas otras cosas. Empecé escribiendo una película, la verdad, porque es lo que conozco, pero de repente la forma cambió y el texto empezó a secuenciarse en capítulos y sentí que lo que yo quería expresar necesitaba ser elevado en la palabra.—La historia sucede en dos líneas temporales, y también de lenguaje: está el de la adultez y el de la adolescencia, aunque los dos están vinculados a esta tierra.—Quería escribir como yo recuerdo que hablábamos, sin tener que castellanizar del todo el lenguaje. Y que tuviera un contrapunto con cómo escribe la protagonista desde el presente de la novela. Me interesaba esa mezcla, que en realidad es un mismo pulso en diferentes tempos. Yo creo que es una riqueza cómo nos expresamos en las diferentes partes de España, y ahí hay una poética también.—La protagonista se va de Badajoz buscando oportunidades. ¿Qué recuerda de su caso?—Me fui con diecinueve años. Recuerdo que cuando llegué a Madrid y fui por primera vez a la Escuela de Interpretación hubo dos cosas que me sorprendieron muchísimo de mis compañeras y compañeros, y era que hablaban inglés y que habían hecho teatro en el colegio. En Badajoz habría escuelas de teatro, pero en mi realidad no existían. El acceso a la cultura y el acceso a que tú tengas la posibilidad de enamorarte del teatro, de la lectura, de los museos, de la música… Dependiendo de dónde nazcas, tienes más probabilidades de que eso ocurra o no. A veces me da envidia esa gente de Madrid o Barcelona que viven a tres calles de sus padres porque hacen allí teatro y no necesitan irse. —¿De dónde le viene el interés por el arte y la literatura?—Tengo muchos recuerdos de mi padre leyéndome de muy pequeña ‘La vida es sueño’. Me leía cuentos, pero mucho teatro también. Y recuerdo ver a mi madre pintar, y yo flipando. O escucharla cantando en un coro… Todo eso me viene de mi familia, sin duda. O sea, la culpa de que yo haga esto es suya. ¡Ja! Que se apañen. Para que luego digan. Carolina Yuste tiene un altar en casa, y en ese altar ha puesto, entre otras cosas y piedras, ‘La gravedad y la gracia’, de Simone Weil. Abre el libro con una frase suya: «Cuando el yo queda herido desde fuera, tiene al principio la rebelión más extrema, la más amarga, como un animal que se resiste. Mas no bien el yo está medio muerto, desea ser rematado y se deja conducir hasta el desvanecimiento. Si un toque de amor lo despierta entonces, aparece un dolor extremo que produce ira y a veces odio contra quien lo ha provocado». —El libro es un ejercicio de contrastes: entre la adolescencia y la adultez, entre Pitbull y Leonora Carrington.—Es que eso es lo que somos. El elitismo cultural es una cosa insoportable. ¿Por qué una persona no puede disfrutar absolutamente perreando y bailando Don Omar o Karol G y a la vez admirar y enamorarse de Simone Weil? O de Remedios Varo, una artista a la que amo profundamente. A veces fragmentamos mucho las cosas. Y no es una sensación que a mí me guste porque creo que nos convierte en clasistas y creo que nos limita la mente y que nos imposibilita poder mirar y poder aprender de todas las cosas que tenemos alrededor. También hay una cultura que no es la cultura del teatro, de los cines, de los libros, y que tiene que ver con la experiencia de vida. Todo eso para mí también es un capital cultural.—Dice la protagonista: «Para mis amigas era la pija, y para las pijas era la choni». —En mi pandilla había esa mezcla. Creo que era algo normal para esa generación que de repente pasó a pertenecer a esta cosa llamada clase media. No estabas en ningún lado: estás intentando parecer una cosa pero no lo llegas a serlo del todo. Y hay mucha diferencia entre los que están arriba de verdad y los que están abajo de verdad… Íbamos a colegios concertados, pero luego en el grupo había una amiga que vivía en un barrio muy modesto, y otra que vivía en el barrio más pijo de Badajoz. Creo que generacionalmente en esa época estábamos como mucho más… Que habitábamos más universos. Tarde de feria Carolina Yuste, en la feria de Badajoz Samuel González SarmientoYa en la feria dirá que le gusta el sarao por su horizontalidad: aún todo se mezcla aquí, entre el saltamontes, la casa del terror y la tómbola, a cinco euros el premio seguro. Llega el olor de los churros como si fuera la brisa del mar: así lo recibe ella, con esa felicidad en el rostro. Alguien grita: «¿esto es para el ‘nuyortime’?» «¡Claro!» Y en los coches de choque empieza a sonar Bad Bunny, cerrando una armonía imprevisible. Es NUEVAYol, por supuesto.«Esto es la feria de Badajoz. Y hay una energía de esta feria en el libro. Es una energía caótica, festiva, lúdica, estética. Ya no vengo tanto, pero cuando vengo me alegra», dice. Luego le pegará al punching ball y se subirá a la Cárcel Joker: «Hay muy buenas vistas desde aquí». Tiene razón.«Me acuerdo de cuando comprábamos el chándal en el mercadillo… Ahora tener esa estética choni te vale una pasta que flipas»Este caos estético y feliz se parece mucho al de los 2000: es el Caribe Mix, la Blackberry, la Jog, el Tuenti, las MaYúScuLaS liberadas de la Gramática, el cíber, el Counter Strike, el Emule, las perdidas, los SMS, el botellón. Todo eso está en la novela, que tiene algo de crónica de un mundo que fue y aún está por cantar. «Yo creo que ahora está volviendo esa estética, tal vez porque la gente que ahora tenemos entre treinta y cuarenta años, y que vivimos esa adolescencia en los 2000, estamos empezando a narrarlas ahora. Y hay un regreso a esa estética dosmilera. Noto que ahora hay más necesidad de contar cuál fue nuestra adolescencia, que no estaba lo suficientemente representada. Y esa melancolía nos engancha mucho». —¿Está volviendo lo choni?—En los 2000, ser choni era muchas veces criticado o menospreciado por ser una bajuna o no tener cultura, que no es real. Ahora se está poniendo en valor desde lo estético, porque al final todo se compra. Me acuerdo de cuando comprábamos el chándal en el mercadillo… Ahora tener esa estética choni te vale una pasta que flipas.En ‘ToDa Mi VioLeNciA eS tUyA ^^’, Yuste narra las emociones como experiencias físicas, tal vez porque la protagonista sufre el cuerpo que habita: es bulímica, aunque su herida es anterior y no la abandona por mucho que pasen los años. «Todas en nuestra generación estuvimos atravesadas por los trastornos de la conducta alimentaria en mayor o menor medida. En mayor o menor medida, casi todas las mujeres tenemos una imagen sobre nosotras mismas de rechazo a nuestro propio cuerpo. Y eso se desarrolla en diferentes reacciones o comportamientos con respecto al síntoma. En los 90 y los 2000, el rollo que se llevaba era como mujeres muy delgadas, muy perfectas. Inevitablemente a mí me ha configurado eso, de alguna manera. Y el trabajo que creo que llevamos intentando hacer mucho tiempo nosotras es ese: intentar eliminar a ese ser que nos mira desde el cerebro a nosotras mismas». —Además del cuerpo, el otro tema central del libro es la rabia: cómo se gestiona, cómo evoluciona, de dónde viene, a dónde va, qué podemos hacer con ella. ¿Cómo se lleva con su rabia?—La rabia está en mí y está en todos los seres humanos. Pero la rabia y la ira son emociones consideradas muy negativas socialmente. Y yo creo que la rabia y la ira, bien gestionadas, son un motor de cambio: son las emociones que te hacen salir de la tristeza más profunda. Lo que pasa es que hay que saber no quedarte en el torbellino de la rabia porque eso te termina pudriendo. Pero sí puedes usar el enfado o la ira para generar un impulso que modifique tu situación, y que pueda iluminarte. Hay que aceptar la propia ira que uno tiene, y entenderla incluso como tabla de salvación. Esto es importante, porque como la niegues puedes terminar convirtiéndote en un ser humano muy peligroso. «La rabia y la ira, bien gestionadas, son un motor de cambio: son las emociones que te hacen salir de la tristeza más profunda»—La vuelvo a citar: «Dale un espacio a la fe. Dale un espacio a la contemplación». —A mí me parece que la fe es algo absolutamente abstracto, y que en mi caso no tiene que ver con ninguna en concreto, y a la vez está llena de todas. Para mí la fe, el ser, el existir, el concepto del yo, el concepto de Dios, el universo y la velocidad de la luz es todo lo mismo. Esa es la forma que yo elijo, porque sí creo que la gente elige en qué creer, elige cuál es su forma de mirar el mundo, y eso configura su experiencia, sin duda. Esa búsqueda es muy interesante, y tiene que ver con el conocimiento, tiene que ver con la inquietud, con el amor, con la luz, con la oscuridad. Tiene que ver con la vida, con la verdad, con la mentira. Para mí, todo eso es la fe. Y es importante buscarla. Creo que es importante buscarla en lo más profundo de una misma.—Por cierto: ¿da más pudor la literatura que la actuación? —Por supuesto. Aunque son cosas diferentes. La interpretación para mí tiene que ver también con abrirse en canal y contarle al mundo lo que eres. Al menos eso es lo que yo intento hacer. La diferencia es que el proceso de la escritura es un proceso mucho más íntimo y más solitario. Entonces es como estar entregando una cosa así muy pequeñita y muy tuya a la gente. Hay que ver caer el sol desde la Alcazaba: eso cuentan. Y ella escribe: «A lo lejos, la Alcazaba, inmensa y llena de todo lo que fuimos. (…) Han dejado precioso el paseo fluvial. Suenan unas palmas. Siempre pienso, al regresar aquí, que es una tristeza que de meseta pa arriba no se sepa tocar las palmas. Aquí, vayas donde vayas, la gente tiene compás». Y dice: «Pues este es mi barrio». Es la última luz del día, que es la luz perfecta para las despedidas. —¿Es nostálgica? —A veces soy nostálgica del propio presente: es insoportable eso. ¿Sabes ese momento que estás en la playa, viendo la puesta de sol, con tu madre al lado, y la miras, y ya te está entrando nostalgia? Y que dices: «¿Cómo es posible que me esté pasando esto ahora?». Y no puedes no pensar que eso será un recuerdo. Pero no sé si soy nostálgica. ¿Me explicas bien qué significa nostalgia? –Quizás sea la felicidad de estar triste por lo que ya no tienes. Ese regodeo.—Para mí, la gente nostálgica es gente que no está en calma con la tristeza de algún pasado. Y en ese caso yo no sería una persona nostálgica. Pero sí que me entra como una cosita en el pecho entre hermosa y triste cuando pienso en lo que ya no va a pasar, en los que ya no están… A lo mejor la nostalgia es miedo a la muerte.

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