«¿Qué opinión le merece Luis Enrique?», pregunta este periódico a un hombre que acaba de entrar en el estadio MetLife con su mujer y su hijo, todos de blanco madridista. « ¿Quién? », responde DeAndre James y deriva la pregunta a su hijo. «Es un gran entrenador», responde el joven Dyllon, trece años, espigado y con pinta de lo que es, extremo izquierda. Dice que le gustan los dos que juegan hoy aquí en New Jersey: el mejor club de siempre y el mejor equipo de ahora, Real Madrid y PSG .Nadie en su familia tiene ni la más remota idea del ‘beef’ -así lo llama la gente de su edad- histórico entre el entrenador asturiano y el Madrid. Ni les importa. Han venido desde Michigan a ver un partido de máximo nivel.«Es una leyenda del Barça», reconoce Jorge Ximil, también con la elástica merengue, que tampoco se acuerda -no había nacido- de aquel gol en el Bernabéu en 1997, la camiseta estirada, los aspavientos a la grada. «Yo creo que va a ser una gran rivalidad con Xabi Alonso », añade. Es el fútbol simpático, desapasionado, pacífico, de usar y tirar que muchos practican aquí.Es todo lo contrario que Luis Enrique García Martínez. Apasionado, guerrero y picante como un jalapeño. Comparece en el estadio después de haber calentado la previa: «Soy culé, siempre es motivante jugar contra el Madrid».Noticias relacionadas estandar No mundial de clubes La triste despedida de Modric en su último partido con el Madrid estandar No mundial de clubes Los errores de Asencio y Rudiger que hunden al Real MadridLa motivación se materializa en un PSG que le pega dos volteretas al Madrid nada más sonar el pitido inicial. El ambiente está caldeado no tanto por las declaraciones de Luis Enrique -¿cuántos en la grada multicultural se habrán enterado de eso?-, sino por las condiciones climáticas: 34 grados a la sombra y no hay sombra . Todo el estadio MetLife es tendido de sol y la parroquia suda su afición al fútbol.Cuando todavía hay esperanza de que haya partido -quince minutos- suenan gritos genéricos de ‘Madrid, Madrid’ en unas tribunas con grandísima mayoría blanca. Pero la banda sonora de la grada la ponen los dos grupúsculos de hinchas del PSG. Ellos sí saben cánticos y hasta hay bombos. Y abucheos y pitidos aislados para el otro gran protagonista de la tarde: Mbappé . El francés ha arrancado como titular y, salvo alguna jugada esporádica, no impresiona, por muchas camisetas que lleven su apellido. Antes adornaba las de color azul París.Antoine Manceaux, parisino que lleva 20 años en Madrid, no le guarda rencor por la traición a cámara lenta a su club. «Es un gran jugador, pero se tenía que haber ido antes», dice desde las tripas del estadio, con la boca llena de ‘nuggets’ de pollo. Es fácil decirlo cuando tu equipo acaba de ganar la Champions, Mbappé no cuenta para el Balón de Oro -y sí tu delantero, Dembélé- y vas 3-0 al descanso. Antes de volver a su asiento, quiere dejar un detalle: muestra la parte de atrás de su camiseta del PSG. Es el 7, el que llevaba Mbappé, y que ahora viste Kvaratskhelia.De vuelta en las tribunas, hay muchas banderas georgianas en su honor. Abajo, en el césped, Kvaratskhelia es un incordio constante para la defensa madridista. Y Luis Enrique, para sus jugadores. No para, ni en las pausas de hidratación, ni con el balón en juego. Su colega madridista, Xabi Alonso, en su primera gran prueba de fuego, observa el vapuleo con las manos en la cintura. Y sudando -no solo porque va de oscuro y con pantalón largo- la que se le viene los próximos días.La segunda parte es soporífera, de siesta pegajosa de verano. Solo el cuarto del PSG despierta el partido, con muchos madridistas -o gente con camiseta del Madrid- ya saliendo del estadio. Solo hay fiesta de verdad en los dos grupos de seguidores del PSG que están sobre el fondo de Courtois, muchos ya sin camiseta.«Da igual lo que pase en la final, hoy aquí se juega quién es el mejor equipo del mundo», decía antes del partido un hincha local del PSG, Marley Rousseau. Cuando sonó el pitido final, la respuesta era evidente.

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