El primer día, recuerda Alejandro Pulido, coordinador del Consorcio Regional de Transportes de Madrid y uno de los conductores que viajaron a la Comunidad Valenciana para ayudar desde el primer día a los afectados por la DANA, «cuando se montó todo el mundo en el autobús, cerré las puertas. 6.20 de la mañana. Siempre me acordaré: la gente aplaudiendo, llorando, dándonos las gracias todo el camino a Valencia». Y es que, como decía Juan Francisco Navarro, vecino de Paiporta, «no hay palabras para describir lo que ha supuesto que vinieran estos chicos de Madrid a ayudarnos, porque fueron los primeros que vinieron y son los últimos que se van a ir».Los autobuses verdes, los interurbanos madrileños, gestionados por distintas empresas privadas y coordinados desde el Consorcio Regional de Transporte, se han hecho populares en las tierras del Turia para los cientos de miles de vecinos de algunas de las zonas más afectadas por las inundaciones. No es extraño: desde el 10 de noviembre de 2024 que llegaron allí, hasta el pasado 26 de junio, en que se reabrieron las 20 estaciones de Metro cuyo servicio quedó suspendido por los daños causados por la DANA, han recorrido más de 600.000 kilómetros y transportado a unos 4,2 millones de pasajeros de acá para allá, en territorios que no tenían otro enlace con la ciudad de Valencia, y en medio de un escenario de absoluto destrozo.Nada más conocerse las dimensiones de la tragedia, desde Madrid las consejerías ofrecieron ayuda a sus homólogos. El de Transporte, Jorge Rodrigo, llamó a Valencia con una única pregunta: «¿Qué necesitáis?». Buena parte de la población había quedado incomunicada con la capital valenciana a consecuencia del estado de las carreteras, los daños en los vehículos y la suspensión del servicio de Metro: hasta 20 estaciones estaban cerradas. Rápidamente, el consejero se coordinó con las empresas concesionarias de las líneas interurbanas madrileñas: Avanza, Aisa, Arriva, Interbus, Grupo Ruiz, La Veloz… todas estuvieron dispuestas a colaborar, a pesar de no tener ninguna obligación para ello. Se enviaron un total de 203 conductores y 45 autobuses, en varias tandas.Noticia Relacionada estandar Si La DANA alcanza las cifras del huracán Katrina: el coste económico equivale al 1% del PIB nacional Xavier Vilaltella Un informe del BBVA compara la catástrofe con la acaecida en EE.UU en 2005, que redujo un 0,5% el crecimiento en el tercer trimestre de ese añoUno de ellos lo ha conducido Jorge de Botosán, que se ha pasado allí casi todo este tiempo sin faltar. «Yo llevaba una lanzadera de Picaña hacia Paiporta y Torrent. Sin Metro, éramos el único transporte público que tenían, y Torrent tiene casi 100.000 habitantes». Recuerda que «todos los días, todos, no había viaje en que la gente no te agradeciera el servicio que les dabas». De hecho, reconoce que «algunos hasta me traían el desayuno; he desayunado hasta tres y cuatro veces» en una misma jornada, sonríe al recordar.Lo más duro para él tal vez fue «pasar allí días tan señalados como Navidad y Fin de Año; hombre, eché de menos a mi familia, pero estaba muy orgulloso de mí mismo: aquella gente necesitaba transporte para ir a cenar con la familia».Miriam López Navarro no lo dudó ni un momento cuando en su empresa empezaron a pedir voluntarios: «Cuando me lo dijeron, tenía que ir. Ha sido una experiencia única, auténtica y emotiva; repetiría una y mil veces. Hay que estar donde hay que estar». Lo que más le chocó al llegar allí fue «la desolación».El ‘puente de McDonalds’, en Torrents, se llamará ‘de la Comunidad de Madrid’ Desde el 10 de noviembre de 2024 hasta el pasado 26 de junio de 2025, estos conductores madrileños voluntarios han permanecido desplazados en Valencia, junto con otros medios y ayudas enviados desde la región, para ayudar en cuanto fuera posible. Con este anuncio se lo agradecía ayer el conseller valenciano de Medio Ambiente, Infraestructuras y Territorio, Vicente Martínez Mus: «El puente que cruza el barranco del Poyo en Torrent sobre la CV-403, popularmente conocido como el ‘puente del McDonalds’, va a llamarse Puente de la Comunidad de Madrid». Porque «las generaciones de ahora, que lo han vivido, lo van a recordar siempre, pero así lo recordarán también en el futuro».Aún conserva un montón de cartas que «nos escribían los niños que iban al cole en el autobús, donde nos pedían perdón por portarse mal y nos regalaban bombones». En una de ellas, lee cómo su autor destaca por encima de todo cómo le han facilitado la vida: «Gracias a ustedes, no me levanto a las 5 de la mañana». En su caso, «mucha gente me preguntaba en diciembre que dónde iba a cenar en Nochevieja, para invitarme a sus casas. Pero finalmente, cené en la mía».El gesto se les cambia cuando se les pide a estos voluntarios que recuerden lo que se encontraron al llegar allí: tiempos duros, y gentes muy afectadas que en ocasiones lo habían perdido todo. «No tenían ni un papel para escribir». La humanidad les brotó a borbotones en el trato con estas personas tan castigadas; de ahí los gestos, la complicidad, las buenas palabras y los mejores hechos. Como recordaba una vecina de edad de Paiporta,«a los viejos como yo nos decían: ‘¡Hombre, qué bien, hoy me ha tocado llevar a las guapas!’. Eso no se paga, ni se va a pagar nunca. Vamos a echar de menos los autobuses verdes de Madrid».La Consejería de Transportes reunió ayer a cerca de 200 de estos conductores voluntarios para rendirles homenaje y entregarles la Gran Cruz de la Orden del Dos de Mayo, que algunos no habían podido recoger en la festividad oficial de Madrid porque aún estaban en Valencia. Fue un acto menos formal de lo que suena, donde imperó un excelente ambiente de camaradería y las buenas vibraciones que emanaban de un gran grupo de personas con la conciencia muy tranquila. Un autobús verde de la Comunidad de Madrid, actuando como lanzadera en Torrent COMUNIDADEntre ellos, destaca Juan Carlos Jimeno, un conductor de Arriva que fue de los primeros en llegar a Valencia, pero tuvo que volverse enseguida porque «me dio un infarto; iba conduciendo y empecé a sentir un dolor enorme en la espalda; llamé a mi coordinador y le expliqué que no podía seguir, que terminaba los dos viajes que me quedaban y me iba al médico».Este le mandó al hospital y ahí fue donde se enteró que el fallo no era en la espalda, sino en el corazón. Resultado: tres meses de baja y un regusto amargo que se le quedó en el cuerpo, y no consiguió quitarse hasta que «una vez recuperado, decidí volver. En casa me decían que estaba loco, pero yo les explicaba: ‘Es que tengo que hacerlo, siento que lo he dejado a medias’. Luego me apoyaron mucho, la verdad».Leyenda vivaDe hecho, recuerda esa segunda temporada en Valencia como «maravillosa; la gente era increíble, nos abrazaba tan fuerte… Ver cómo nos han arropado es estupendo; incluso cuando nos fuimos, nos decían que iban a echarnos de menos».Rosalinda Leyenda hace honor a su apellido: es una veterana al volante y sus compañeros la respetan y la aprecian. En Valencia se ha pasado cerca de siete meses, y por eso ha podido seguir toda la evolución de este territorio: «De ver una zona devastada al llegar, que parecía que había pasado un tsunami», a apreciar cómo se mejoraba y limpiaba poco a poco, aunque queda mucho por hacer». Define lo que ha pasado allí este tiempo como «la experiencia de mi vida».La emociónEl panorama que se encontraron al llegar no debió ser nada fácil: a la destrucción generalizada y el desánimo extendido, se unía la tristeza ante el desamparo en que habían quedado muchos valencianos. «El polvo se metía hasta en los autobuses». Lo peor, el estado de ánimo: «Los viajeros se ponían a llorar. Yo me hacía el fuerte, pero a veces te derrumbabas».Pero estos conductores de autobús no se limitaron nunca a realizar sus recorridos con profesionalidad, sino que aportaron además esa sonrisa y ese ánimo que de tanta ayuda puede ser en un momento de bajón. «Creo que al revés, seguramente ellos harían lo mismo», le quitaban hierro. Pero otro conductor, George, sacaba también su pequeña lección de vida de todo lo sucedido en estos meses: «No somos simples conductores de autobús; valemos para dar mucho más».El conseller de Medio Ambiente, infraestructuras y Territorio de la Generalitat Valenciana, Vicente Martínez Mus, presente en el homenaje a los autobuseros madrileños, no dejaba de reconocerles el mérito: «Me seguiré emocionando al verlas caras; en los ocho meses, los más difíciles que hemos vivido, habéis aportado la necesaria normalidad: que la gente pudiera ir al médico, al colegio, al trabajo».«Fue duro pasar allí solo Navidad y Fin de Año, pero aquella gente necesitaba transporte para ir a cenar con la familia»»Para el consejero madrileño, Jorge Rodrigo, responsable de Vivienda, Transportes e Infraestructuras, el de ayer fue «el acto más bonito desde que ocupo el cargo». Emocionado al entregar los diplomas a los premiados, dio con la metáfora precisa para explicar lo que había pasado: «Ha sido un puente de solidaridad de unos madrileños a unos valencianos. En tiempos de polarización y ruido, vuestro ejemplo nos recuerda lo que significan los valores».Recordó y agradeció también que «ninguna de las empresas de transportes tenían la obligación de participar; ni vosotros, pero fuisteis tantos, que hasta se pudieron hacer rotaciones». Y ese trabajo ha sido «esencial para que cientos de estudiantes pudieran volver a clase, los profesionales retomasen su actividad y las familias pudieran reencontrarse». Aunque en un principio estaba previsto que todos los conductores retornaran a sus casas para las navidades de 2024, «hubo algunos que siguieron dando el servicio, porque lo decidieron así, durante esos días también», destacó el consejero.«Creo que al revés, seguramente ellos harían lo mismo»Todos los voluntarios desplazados son dignos de admiración porque se volcaron en la reconstrucción desde el primer minuto, por eso, al daros las gracias, no solo reconocemos vuestra tarea, también celebramos la grandeza individual de cada uno de vosotros y os tomamos como modelo de conducta», concluyó.La moraleja final es sencilla: «El que regresa no es el mismo que partió», porque ha quedado tocado por la convicción de que «más importante que el servicio eran esas cosas pequeñas, una sonrisa, un gesto de apoyo. La generosidad de socorrer al que no conoces».

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