Madrid tiene en verano la manía de abrirse en canal. De pronto, todas las plazas del centro se renuevan y parecen la misma. No hay mucha diferencia urbanista entre unas y otras, al contrario, da la impresión que están reformadas por la misma persona, como si se hubiera quedado sin imaginación o si el ayuntamiento tuviera claro que es mucho más divertido confundir al personal haciendo creer a las personas que están siempre en el mismo sitio. A las plazas de Madrid se les ha puesto cara de funcionario. Da lo mismo estar en Santa Ana que en Las Comendadoras. Ya no hay diferencia alguna entre Felipe II o Santa Bárbara. Todo es de granito, con unas elevaciones que terminan en bancos de piedra y con menos árboles que un desierto de asfalto y hormigón que convierte las sombras en un oasis al alcance de unos pocos beduinos que se limitan a salir de casa cuando cae el sol. Porque esa es otra. Los toldos que han colocado en la Puerta del Sol son como un chiste sin final, una canción sin música o un libro que tiene las páginas en blanco. Madrid siempre ha sido verde. Verde de arriba abajo, verde por un lado y por el otro. En el ranking de las ciudades más verdes de Europa ocupamos siempre posiciones privilegiadas, pero a este ritmo, el único privilegio que vamos a tener es que se pueda pasear la ciudad tanto por arriba como por abajo, entre socavones, tuneladoras, picos y palas, camiones y toritos de grandes constructoras. Frank Lloyd Wright, creía que «la misión del arquitecto es ayudar a las personas a entender cómo hacer la vida más bella, hacer un mundo mejor para vivir y darle una justificación y un sentido a la vida». Y en este sentido creo que la vida es más fea, el mundo peor y la ciudad un conjunto de lugares que juegan al despiste de lo vulgar. Todo es homogéneo. Nada es distinto. Antes se hacían cosas que duraban milenios. Uno no pretende que tengamos un Coliseo en cada plaza, ni que sean los romanos quienes dirijan y construyan nuestras plazas (ya nos gustaría). No comprendo que las obras se repitan cada pocos años en los mismos sitios para empeorarlos. Como si fueran lavados de cara que después no funcionan y entonces se recurre al mismo truco que apenas quita las legañas de nuestros rincones. Noticia Relacionada estandar Si Un verano en la villa sin sombra Alfonso J. Ussía La ciudad se ha vuelto una parrilla, un horno de una pizzería napolitana, un brasero, un volcán, una estufa sin final: una plancha en la que somos tostadasCuando se critican estas cosas, la respuesta siempre es igual de anodina: estamos mejorando la vida de la gente. Pero después, en un par de años, se vuelven a realizar las mismas obras que duran menos que la batería de un teléfono de mil pavos. Es curioso como los nuevos emplazamientos tienen menos futuro que una relación de Muñoz Escassi, pero quizá la solución pase por hacer menos y hacerlo mejor. ¿Por qué todas las plazas son homogéneas? Porque la cosa va ahora por eliminar elementos históricos, poner luces led, utilizar mobiliario modular y antivandálico y, sobre todo, porque las reformas las realizan técnicos municipales en vez de arquitectos y paisajistas. Hay una nula participación vecinal y mucho menos respeto por el contexto histórico. Así, de repetición en repetición, los patrones constructivos son el mismo y eso está convirtiendo nuestra arquitectura en una especie de plantilla que se replica de un sitio a otro, eliminando la identidad de cada barrio y convirtiendo todas las plazas en la misma cosa. Poner de acuerdo a dos madrileños no es baladí. De ahí a que sean los técnicos quienes decidan el porvenir de nuestros lugares, hay un trecho que pone en riesgo nuestra identidad. Los gatos entendemos que necesitamos que se reforme lo que no funciona, pero no perdonamos que se rompa nuestra esencia por no sé qué excusa de mejorar la movilidad y equiparar todo hacia abajo. Contraten arquitectos, paisajistas e inviertan en arte urbano. Menos técnicos y más urbanistas. Es la única solución para que no tengamos que seguir viajando en Madrid con brújula en verano; ahora es la única forma de no perderse por el centro. Me gusta que la ciudad se arregle. Pero no que se haga mal.

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