Se despliegan, de improviso, extensos campos de olivos. Aritz inclina la cabeza para taparse la nariz. Se enredan la jara y el romero con el olor a ganado, que se cuela por la ventanilla, entreabierta. Se divisan, al fondo, casas bajas encaladas. Y un muro de mampostería de piedra: «Bienvenidos a Garciotum» .La casa se erige en lo alto de una empinada cuesta, entre zonas de cultivo y terraplenes colmados de flores. Desde arriba se domina el pueblo entero. Sus templos religiosos, sus calles angostas. Ainara tira ligeramente de Aritz, su hermano, y lo guía hasta el jardín de la parte trasera de la vivienda. Ana observa desde una de las ventanas delanteras del salón. Fuera, un camión de la mudanza descarga mobiliario y enseres. Su marido, Luis Alberto, y ella llegaron a España a finales de 2022. Emigraron de Ferreñafe, una de las tres provincias que conforman el departamento de Lambayeque, en el noroeste del Perú, a Madrid, arrastrados por la creciente inseguridad en el país latinoamericano. Encontraron en la capital esa anhelada tranquilidad, pero no tardaron en darse cuenta de que la vida en la gran ciudad no era del todo como se la habían imaginado . Pronto se enfrentaron a otro desafío: el problema de la vivienda.Durante estos casi tres años, Ana, –con formación en Anatomía Patológica– y Luis Alberto –licenciado en Turismo y Administración de Negocios y especializado en Gestión Pública–, junto a sus hijos Aritz, de diez años, y Ainara, de seis, han estado viviendo en una habitación de seis metros cuadrados por 450 euros al mes , en Parla. Convivían con su casera y una inquilina más. «Era muy incómodo, sobre todo los fines de semana. O madrugábamos mucho para poder hacer el desayuno o ya nos teníamos que esperar al mediodía, porque estábamos los seis en casa y todos no cabíamos en la cocina. Además, teníamos que estar pendientes de que Aritz y Ainara hicieran el menor ruido posible cuando jugaban, de que reinara siempre el silencio. Tampoco podíamos estar en el salón viendo la televisión durante mucho tiempo porque la casera salía de su habitación y nos obligaba a apagarla, ni encender la calefacción o el aire acondicionado sin que antes ella nos diera permiso. Nos prestaron un ventilador hace no mucho, y desde entonces lo encendemos con la puerta de la habitación cerrada. Y en invierno, igual. Cuando hacía mucho frío, calentábamos la habitación con un pequeño calefactor. No podíamos pasarnos mucho porque después llegaba el recibo. Y nosotros pagábamos por tres», cuenta la pareja durante el trayecto en coche desde Parla hacia Garciotum, un municipio toledano de casi 200 habitantes a las faldas de la sierra de San Vicente.Ana y su familia llegan en coche a Garciotum TANIA SIEIRAAlquileres inasumibles«No podéis estar más aquí», le dijo a Ana su casera cuando se enteró de que estaba embarazada de mellizas. Tras una exhaustiva investigación, la pareja comprendió que los alquileres en Madrid resultaban inaccesibles. «Trabajo en una pastelería como mozo de obrador, no podemos aportar nóminas de 3.600 euros. Además, me solicitaban cuatro meses de fianza por adelantado. Hemos buscado mucho, pero en Madrid la situación es insostenible», apunta Luis Alberto. En busca de ayuda, Ana acudió al centro de servicios sociales de Parla: «Me la denegaron por tener coche». Fue Almudena, una trabajadora social del centro de salud Isabel II, quien le aconsejó acudir a la Fundación Madrina , dedicada a la asistencia y ayuda de colectivos en riesgo de exclusión o marginalidad en el ámbito de la infancia, mujer y maternidad. «Trabajaremos de lo que sea, pero necesitamos un espacio», le suplicó Ana a Conrado Giménez, presidente de la fundación mencionada.Desde hace 18 años, la organización madrileña desarrolla una iniciativa de realojamiento de familias con menores –reconocido con el premio al Mejor Proyecto Europeo en el Parlamento Europeo de Bruselas– con el objetivo de impulsar la repoblación de la España rural: «Esta intervención, que beneficia tanto a la familia como a la comunidad de acogida, representa un nuevo hito en la lucha contra la despoblación de la España vaciada». Son ya más de 300 las familias –cerca de 1.000 menores– realojadas por la fundación en viviendas de protección oficial, en pequeñas comunidades rurales de Castilla y León, Castilla-La Mancha y Extremadura. La mayoría, extranjeros y madrileños incapaces de encontrar una vivienda digna en la ciudad. Entre ellas, la de Ana, Luis Aberto, Aritz y Ainara: de vivir una situación de hacinamiento en una única habitación en el sur de Madrid a establecerse en una vivienda de 200 metros cuadrados por 260 euros mensuales en Garciotum .Redes de apoyo mutuoEl proceso de realojamiento, coordinado con el alcalde de la localidad toledana, ha permitido que la familia se integre de manera inmediata en una comunidad donde ya residen más de seis familias tuteladas por la entidad: «Este enfoque comunitario facilita la adaptación y crea redes de apoyo mutuo que fortalecen el tejido social del municipio».Mudanza a Garciotum Ana y su familia durante el primer día de su nueva vida en el municipio toledano TANIA SIEIRADesde la plaza de San Amaro hasta Parla, Giménez explicaba que uno de los requisitos para poder ayudar a las familias extranjeras es que tengan, al menos, los papeles en trámite, que aprendan a conducir por el entorno rural y, sobre todo, «que tengan ganas de salir hacia delante. Vulnerables pero emprendedores».El primer realojo de 2025En 2024, la fundación realojó a unas cuatro familias . Y en 2025, Ana y los suyos son los primeros en ser realojados. «Aún no nos lo podemos creer», arroja la pareja una y otra vez. «Hemos pasado de vivir en una habitación sin futuro a tener un hogar donde nuestros hijos pueden crecer con dignidad y oportunidades», señala Ana durante la jornada de instalación.Ainara, la más pequeña, no deja de ir de aquí para allá: va hacia el jardín, sube las escaleras que dan a las habitaciones y al baño principal, se cuela por la terraza, abre armarios, enciende luces. Mientras, Luis Alberto ayuda a la entidad a descargar muebles. También Aritz colabora a desembalar las cajas.Poco después de nuestra llegada, la entrada de la nueva casa de Ana se ve inundada de vecinos. Alojana, de 15 años, explica que ella y su familia encontraron donde vivir en Garciotum dos días antes de ser desahuciados, en octubre de 2021. Entonces vivían en Carabanchel. Deja claro que a ella la vida en el pueblo le gusta: «Es muy tranquilo, se vive bien». Por allí se dejan caer Nicolás, Ainara y hasta Sebastián, de tan sólo un año, en brazos de su madre. Indican los allí presentes que sólo en esa calle puede haber, aproximadamente, una veintena de niños y niñas. «El pueblo es el entorno más humano para estas familias», expresa Giménez. Y allí todos asienten.

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