Carolina Rollet, autora de ‘La casa de mis emociones’ pretende que este libro se convierta en el aliado perfecto para esos momentos en las que las familias pasan más tiempo juntos en casa. Una forma práctica e innovadora para afrontar el verano, con más comprensión, menos conflictos… y mucha serenidad.Y es que las vacaciones, aunque son muy deseadas por todos, lo cierto es que, en algunas ocasiones, provocan que en muchas familias puedan llegar a saltar chispas. ¿Por qué sucede si estamos deseando compartir juntos el tiempo que no disponemos el resto del año? ¿Qué es lo que más suele alterar a las familias en estas fechas?Es verdad que hay dos tipos de situaciones: las ganas de pasar más tiempo juntos, y la desilusión cuando aparecen conflictos en esta época (o el miedo anticipado a volver a vivir esta desilusión si en años anteriores había sucedido). Lo cierto es que durante el año escolar, muchas familias apenas coinciden unas horas al día y, de repente, se encuentran las 24 horas juntos. Surgen situaciones habitualmente reservadas a otro entorno (escolar, laboral o personal) –o que ni ocurren allí– y que ahora hay que aprender (o volver a aprender) a manejar juntos.Noticias relacionadas estandar Si Vacaciones veraniegas «El verano es para descansar, no se trata de tener a los niños ocupados todo el rato» Laura Peraita estandar No Conciliación Miguel, empleado de Repsol: «Nadie me echa en cara que vaya a por mis hijos porque hay una cultura en la empresa establecida» Laura PeraitaTambién afloran esas pequeñas (o grandes) diferencias de carácter que parecen sin importancia o que se prefieren ignorar en el día a día. Pero ahora, sin escapatorias ni horarios que sirvan de amortiguador, recuperan toda su fuerza. Se despiertan tensiones guardadas que afectan a la capacidad de paciencia de cada uno. Y a éstas se suman otras acumuladas fuera del ámbito familiar. Al intentar «relajarnos» durante las vacaciones, se suelen soltar las riendas del control y aguante emocional, y el riesgo de estallar es alto, haciendo a menudo pagar el precio a las personas que más queremos.Otra razón bastante habitual es la ruptura con las rutinas y el marco claro que dan: no hay hora fija para ir al colegio o las extraescolares, ducharse, cenar o dormir por ejemplo. Se sabe hoy en día que la rutina da seguridad y confianza a los niños y reduce los conflictos diarios. En vacaciones, muchas de ellas se rompen. Y, por si fuese poco, cada miembro del hogar tiene sus propias expectativas e ideas de lo que significa pasárselo bien: ¿Eres más bien del equipo pelí y siesta, lectura, parque de atracciones, visita de ciudades y museos, senderismo y contacto con la naturaleza, mar, bosque o montaña, etc.? ¿Equipo de acostarse pronto para rendir más al día siguiente, o tarde para disfrutar del frescor de la noche, en familia o con amigos, tranquilos o bailando, etc.? ¿Y el resto de tu familia, es del mismo equipo?Además, solemos idealizar el verano o las vacaciones como un tiempo perfecto para «estar bien» y disfrutar en armonía y paz. Pero esta idealización genera una nueva forma de presión: si algo no sale como soñábamos, la frustración nos devuelve a la realidad. Y aunque estemos de vacaciones, las responsabilidades siguen ahí, fuente de tensión si no se reparten bien: por ejemplo ¿quién cocina?, ¿quién vigila a los niños en la piscina?, ¿quién se encarga de pensar en todo –maletas, alojamiento, etc.– y asume esa carga mental adicional?Los niños, por su lado, acostumbrados al ritmo frenético del año escolar, a las sobre-estimulaciones constantes y a las pantallas, pueden aburrirse fácilmente cuando ese ritmo baja. Muchos ya no saben disfrutar de un momento tranquilo sin sus chutes de dopamina continuos, ni jugar solos inventado mundos y historias. A menudo, suelen compensarlo picando al hermano, o reclamando o compitiendo por la atención de los padres de forma insistente, estresando más a los mismos.¿Cuáles son tus consejos para mantener la serenidad? ¿De qué manera se pueden transformar las emociones en una oportunidad de conexión y complicidad?Para mantener la serenidad y no estar enfocados en el miedo a ese tiempo de convivencia, es esencial ser claros desde el principio sobre las expectativas de cada uno, y no vivir en la fantasía del verano perfecto. ¿Qué espera cada uno de las vacaciones y de los demás? Un poco de planificación flexible, repartiendo con antelación responsabilidades, eligiendo actividades que respetan los gustos y las necesidades de cada miembro y guardando espacios de tiempo y actividades a solas es primordial. Así los niños podrán reaprender a desarrollar su creatividad mientras se aburren, y, a turnos, papá y mamá podrán disfrutar de ese rato tranquilo de desconexión que tanto anhelan, ya sea una siesta, un buen libro al lado de una piscina o una sesión de deporte.También se pueden conservar algunas de las rutinas del resto del año. Una lectura familiar antes de dormir o la «respi-peluche» que es totalmente compatible con los horarios de las vacaciones y aporta esta relajación y seguridad tan necesarias.Por fin, aceptar que los conflictos y las diferencias son parte de la convivencia y verlos más bien como una oportunidad para conocerse mejor. Cambiando el enfoque, se puede aprovechar ese tiempo que no se tiene el resto del año para practicar más la escucha activa. En vez de suponer lo que al otro le pasa, podemos preguntar con interés qué siente exactamente y qué es realmente importante para él o ella en ese momento sin quedarse en la superficie del contexto del conflicto, sino buscando lo que se le despierta por dentro.Esto no sólo ayuda a no tomarnos sus reacciones de forma personal y a ponernos en sus zapatos para entender mejor su forma única de ver las cosas, sino que también le da al otro espacio para escucharse y comprenderse mejor a sí mismo. O sea, una ocasión idónea para fortalecer el vínculo y conectar de una forma más profunda, tanto con el otro como cada uno consigo mismo.Ira, tristeza, envidia… ¿cómo explicar las emociones a los niños?Al final, «las emociones no son malas.» Como se explica en el álbum ilustrado ‘La casa de mis emociones’ gracias a la metáfora del cuerpo «casa», sólo son mensajeras que «a veces ni siquiera vemos entrar e instalarse en nuestra casa», pero que pueden llegar a «trastornar un poco tu casa (tu cuerpo) y tu techo (tus pensamientos)». Por ejemplo, la tristeza revela que algo o alguien es muy importante para nosotros; la ira que sentimos que algo no es justo; y la envidia que sentimos que nos falta algo o que creemos que no somos suficiente tal y como somos.Así explico las emociones a los niños, presentándoles como amigas que necesitan ser escuchadas desde el principio para que no necesiten gritar y reaccionar con violencia. Si cuando me susurran que me gustaría jugar con el juguete que tiene mi hermano, por ejemplo, me tomo un momento de calma con la respiración especial que enseña el libro, no necesitarán explotar más adelante. Escucho dentro de mí por qué lo quisiera en este momento exacto, aceptándolo sin juzgarme y cambiando mi foco de atención del pensamiento a mi respiración. Ideas más constructivas, nacidas desde la calma –y no desde el estrés o la falta–, emergerán más fácilmente, como proponer jugar juntos y compartirlo por ejemplo. Quizás mi hermano no estará de acuerdo, pero aumentarán las probabilidades a mi favor si lo pido desde la calma y no desde la agresividad. Y si no funciona, no lo tomaré tan a pecho y podré buscar otras alternativas que convendrían a las dos partes.Otro truco para cortar la tormenta emocional si llegó a explotar es intentar mirarnos y examinar nuestra reacción como un espectador externo y con cierta distancia. Por ejemplo, La casa de mis emociones explica a los niños su técnica original de la «película favorita» que ayuda a la ira a salir naturalmente de su casa (su cuerpo), sin quedarse atrapada en el desván. El hijo pequeño de una amiga y una de mis hijas han experimentado también en diferentes momentos una variación de esta técnica, mirándose en el reflejo de una televisión real apagada y empezar a reírse a carcajadas al ver ese entrecejo tan fruncido.¿Son conscientes los adultos de la importancia de la respiración para encontrar la calma?Hoy en día cada vez más personas se dan cuenta de su importancia, pero sigue siendo una minoría, y aquí estoy para que sea cada vez más natural recurrir a ella. La respiración es la única función fisiológica que puede ser tanto automática como consciente y es una lástima no aprovecharse de todas sus posibilidades. Aunque utilizarla sólo como una solución de emergencia –pese a que sea muy útil y un buen primer paso para experimentarla– es limitar su poder. Integrarla en la rutina familiar –por ejemplo antes de dormir, con la «respi-peluche» para los más pequeños -le da mucho más beneficios para todos, como dormir mejor, estar más relajados o «vivir más intensa y conscientemente nuestra vida» y disfrutarla al máximo.Todos notamos que cuanto más cansados o estresados estamos, más reacciones automáticas y fuertes tenemos. Regalarnos esta costumbre sana permite vivir más momentos desde una energía más tranquila, creando percepciones totalmente diferentes y sin sentir la opresión de que el mundo está en nuestra contra como en los picos de estrés alto.Ojalá todos los coles implementasen a principio de la jornada cinco minutos de respiración consciente grupal, así como antes de un examen o al regresar del recreo. Cuando se hace es más bien por iniciativa propia del profe que lo implementa. Por lo contrario, esta costumbre es bastante común por ejemplo en los coles de los Países Bajos, cuna de Eline Snel, la fundadora de la Academia holandesa de la Atención Plena.¿Cómo explicárselo a los niños?Los niños están más conectados a su cuerpo que los adultos –aunque cada vez pierden esta conexión desde más pequeños por diferentes razones como el estrés del ritmo cotidiano que se les impone, el abuso de pantallas, etc.–. Pero si experimentan la respiración en su propia carne, sentirán rápidamente el efecto de relajación y bienestar que la acompaña.Sólo faltará integrarla en su rutina en diferentes momentos estratégicos de su día, pudiendo añadir un desencadenante para que lo recordasen cada vez más solos. Por ejemplo, cada vez que vean un coche rojo, un avión en el cielo, que escuchen la palabra casa o huela a chocolate, pueden acostumbrarse a hacer tres respiraciones profundas, inspirando por la nariz y soplando lentamente por la boca.¿A partir de qué edad se les puede enseñar una correcta respiración para que canalicen lo que sienten?Desde recién nacidos, les podemos incorporar a nuestra práctica, poniéndoles sobre nuestro pecho y que sientan este estado de paz a través de nosotros. De hecho ya pueden vivirlo de primera mano y con más intensidad desde el embarazo.Después, y desde muy pequeños, les podemos acostumbrar a respirar bien por la nariz y profundamente. Una manera lúdica es proponerles inspirar profundo por la nariz y desplazar suavemente una pluma o una pequeña flor soplando por la boca a través de una pajita, y conseguir acompañarla lo más tiempo posible. Se puede dibujar un circuito en un trozo de cartón para que sea más divertido y que el cerebro del pequeño asocie desde muy pronto la respiración consciente como algo agradable desde todos los puntos de vista (vínculo con las figuras de referencia, bienestar corporal y momento lúdico).MÁS INFORMACIÓN noticia No Planes para hacer con tus hijos aunque el calor apriete noticia No Marian Rojas Estapé: «El ser humano no está diseñado para ser feliz, sino para sobrevivir» noticia Si Alberto Soler, psicólogo: «Los padres no deben ser animadores de ludoteca de sus hijos» noticia No Los mensajes erróneos que das a tu hijo cuando saca malas notas… ¡o buenas!Por fin, como bien sabemos, los niños aprenden más por imitación que por palabras. Así que, ¡a respirar despacio y por la nariz! Sólo te falta cerrar los ojos y empezar ahora mismo. Y recuerda: «coche rojo, respiro», «escucho la palabra ‘casa’, todo mi cuerpo respira».

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