Madrid tiene un pasado construido en caridades y fe cristiana. Pero también en lo pagano, en lo mágico, en lo misterioso y, como no podía ser de otra manera, en el pecado y la leyenda de un pasado tenebroso y luminoso a partes iguales. Por algún capricho del destino o del urbanismo castizo, hay casas en Madrid que no se contentan con ser de piedra, ladrillo y tejado: aspiran a tener alma, secretos y cosas inexplicables. O, como en el caso de la Casa de las Siete Chimeneas , algo más inquietante todavía: quieren tener fantasma. Y no uno cualquiera, no, sino uno con historia, con linaje y con duelo a cuestas.Situada en la plaza del Rey, justo al lado de Barquillo y detrás del ajetreo de Alcalá y Chueca, esta casona del siglo XVI mira con resignación a los edificios modernos que la rodean, como una duquesa viuda que asiste a un desfile de influencers sin que nadie le dé asiento. Y no es para menos. La casa tiene siete chimeneas y un cadáver oculto, que ya es motivo suficiente para que sea uno de esos sitios de Madrid que te miran de reojo cuando pasas y que esperan a que vuelvas con la misma curiosidad y despecho a partes iguales. Cuenta la leyenda —y en Madrid las leyendas no se contrastan, se comentan— que aquí vivía una mujer de armas tomar y corazón entregado: Elena, esposa de un capitán de los Tercios que fue enviado a Flandes, como se enviaban las cartas sin remitente: para no volver. El capitán murió, como mueren los hombres valientes que salían, no a luchar, sino a morir por su patria. Mientras, ella se quedó sola, paseando su pena por las estancias de la casa, con un manto negro y una mirada que ni miraba ni quería hacerlo. Los rumores de esta villa, cotilla y furiosa a partes iguales, cuentan que la hermosa Elena fue amante de un jovencísimo Felipe II y que, quizá, su inesperada ausencia tuvo más que ver con el secreto que con la pena de su vida. Porque poco después de quedarse viuda, Elena desapareció sin dejar rastro. Se evaporó como los favores de un antiguo amigo. Algunos dijeron que se volvió loca. Otros, que la hicieron desaparecer. Unos años más tarde, se descubrió un cadáver emparedado en el sótano, lo cual no es la forma más elegante de hacer una mudanza, pero sí la más efectiva para alimentar mitos e historias de este Madrid implacable.Noticia Relacionada estandar Si Las dos ciudades que separa el Metro de Madrid Alfonso J. Ussía Un viaje en Metro tiene algo de mágico porque entras en una ciudad y sales en otra. Es como un viaje en el mismo tiempo, pero con un fondo distintoDesde entonces, hay quien asegura que se aparece un espectro en la azotea, una silueta blanquecina y trasparente que no aparece en las guías de Madrid. Es una mujer, dicen los que cuentan cosas, vestida de blanco y con mirada melancólica, caminando entre las chimeneas como si buscara al capitán o, más probablemente, una explicación. Hay noches en que se oyen suspiros. O puede que solo sea la caldera. La historia, como todas las buenas reseñas madrileñas, se entrevera con el cotilleo, la política y el espíritu de que algo habrá hecho. Se ha dicho que allí se reunían espías, que fue casa de citas y de secretos de Estado, aunque en Madrid estas tres cosas suelen coincidir en el mismo salón casi por defecto. Hoy la Casa de las Siete Chimeneas es un edificio lleno de historia que ahora guarda los papeles de quienes la escriben a mano temblorosa o con teclado ministerial. El fantasma, si sigue allí, debe estar aburridísimo. Y sin embargo, hay algo en esta casona que impone. Uno no pasa por delante sin sentir una punzada, una sospecha. ¿Será la presencia de Elena, de su pena, de su leyenda? ¿O será que Madrid, cuando cae la noche y se apagan los escaparates, saca a pasear su memoria, sus muertas ilustres y sus casas con más pasado que presente? Sea como fuere, la próxima vez que pase usted por la plaza del Rey, mire arriba. Cuente las chimeneas. Si le salen seis… corra. Si le salen ocho… preocúpese. Pero si le salen siete y siente un escalofrío, no tema. Es solo Madrid, que sigue contando sus cuentos mientras el mundo duerme, guardando memorias que se hacen más grandes o pequeñas, dependiendo de la barra del bar en la que se encuentren.

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