La montaña sagrada de Cézanne, una obsesión que reinventó la pintura moderna

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La montaña sagrada de Cézanne, una obsesión que reinventó la pintura moderna

Desde Aix-en-Provence, la montaña de Sainte-Victoire aparece como un inmenso altar de piedra rodeado por viñedos y olivos. Paul Cézanne la pintó más de 80 veces, en unas armonías cada vez más tenues y con formas cada vez más reducidas a planos geométricos. Al medirse con este monumento de la campiña provenzal, que conocía desde niño, el pintor adquirió un punto de referencia permanente frente al que desarrollar su estilo y ver el giro que tomaban sus investigaciones. Era un objetivo que se le aparecía a chispazos y que compartía con su amigo el poeta Joachim Gasquet: «Tengo necesidad de conocer la geología, cómo la montaña de Santa Victoria se enraíza, cuál es el color geológico de sus tierras y todo me emociona. He visto que su sombra es convexa, inflada…».Este monte, tan inevitable como el mistral, es hoy uno de los protagonistas de la gran exposición del Museo Granet en Aix-en-Provence: Cézanne en el Jas de Bouffan, un recorrido por 130 de las obras realizadas allí entre 1860 y 1899. La muestra destaca los retratos de la familia y amigos de Cézanne, sus paisajes, bodegones, bañistas, la casa familiar y el trabajo en su último estudio de Les Lauves. Entre los 130 cuadros hay préstamos icónicos como ‘Los jugadores de cartas’, del Museo de Orsay. Las salas de la primera planta dan paso a una selección de paisajes pero también están algunos de los óleos dedicados a su montaña, su monumento imperecedero. Por otro lado, en la Bastide du Jas de Bouffan, se ha descubierto un fragmento de casi seis metros de entrada al puerto, primera de las nueve pinturas sobre las paredes del salón.Paul Cézanne es un provenzal nacido en Aix el 19 de enero de 1839 en pleno estallido del Romanticismo. Venía de tierras soleadas y hablaba con el fuerte acento de sus paisanos. Era un hombre de gustos simples y apegado a su tierra. Provenza es una región mediterránea de tradición romana , con gente distinta a los nórdicos francos, tanto más germanos. Ser provenzal es ser un poco italiano y tener esa cordialidad atravesada por repentinos relámpagos de ira, por mucho que esto parezca contrastar con el estilo del pintor, aparentemente cerebral. «El artista no apunta sus emociones del mismo modo que el pájaro modula sus sonidos: el artista compone», escribió.Puntos de vistaSu arte no fue tan meridional como el de otros pintores de su tierra. Más bien, su pintura parece nórdica, por su aspecto mental, y abrirá las puertas a los nabis y, sobre todo, a los cubistas. Con Cézanne, la pintura volvió al taller y al menosprecio del ‘ plein-airisme’ impresionista. Y, sin embargo, salía a pintar fuera del taller y de la ciudad en busca del motivo, esa ‘petite sensation’ que luego terminaría de elaborar en el estudio, eliminando todo lo fugaz del instante, cristalizando la impresión en formas geométricas y planos rectilíneos, en volúmenes meditados hasta lo táctil. En la diversidad de sus puntos de vista simultáneos, el cuadro ya no es una ventana, una ‘vedutta’, sino algo más parecido a una lenta formación mineral cuyo relieve es producido por los colores.El pintor era hijo de Anne Elisabeth Aubert y Louis Auguste Cézanne, fundador del Banco Cézanne et Cabassol. En 1859, Louis Auguste compró la centenaria casa del Jas de Bouffan cuando el artista tenía 20 años. Su padre le había ordenado ingresar en la Facultad de Derecho de Aix-en-Provence, pero él prefirió asistir a la escuela de dibujo. En esta casa, encontró su primer espacio y sus primeros motivos de inspiración. En la actualidad, la finca ya no pertenece a la familia, pero sigue siendo propiedad de la ciudad, y, aunque vacía, el Jas de Bouffan, que en provenzal significa ‘el aprisco del viento’. hoy es un lugar de rara densidad que alberga conversaciones familiares y ecos lejanos.Era una casa en la que vivir, con un sencillo parquet de madera, por eso Louis Auguste permitió a su hijo decorar las paredes del gran salón. Así, durante más de 12 años, el pintor pudo disponer de este extraordinario lugar para la creación. Su bisnieto, Philippe Cézanne, señalando los cuatro paneles, explica que, en primer lugar, pintó las ‘Cuatro Estaciones’, mientras que, en el centro, retrató a su padre con gorra, leyendo el diario L’evenement. A un lado de la pared dibujó un enorme paisaje con un hombre desnudo de espaldas, después una María Magdalena penitente acompañada por Cristo y Philippe indica el lugar del caballete, de sus acuarelas y cómo, también allí, pintó a sus hermanas, a su madre y los retratos de su tío Dominique. La gran exposición del Granet arranca con una reconstrucción de las pinturas de este salón. Cézanne inventó su propio método y su propia técnica, dotando a sus cuadros de una estructura medular, basada, como es sabido, en elementales formas geométricas, sobre las que iba construyendo concienzudamente la realidad sin permitirse ninguna licencia, en un proceso enormemente laborioso.’Jugadores de cartas’, ‘La piscina en el Jas de Bouffan’ y ‘Estudio del hombre’ de Paul Cézanne Grand Palais RMN (Musée D’Orsay), The Metropolitan Museum of Art, Claude Almodovar (Musée Granet)Animado por su hermana Marie, quien quería regularizar la situación, en 1886 Paul Cézanne se casa con Hortense Fiquet. Ese mismo año, Émile Zola, su amigo de la infancia, publica su novela ‘La obra’, en la que retrata a un pintor maldito, un eterno descontento atormentado por su incapacidad para dar rienda suelta a su propio genio, y Cézanne se sintió reflejado en ella. Siempre se creyó que, tras este incidente, la relación entre ambos se rompió. Sin embargo, en 2013 Sotheby’s puso a la venta una carta que demostraba que Cézanne y Zola siguieron viéndose y escribiéndose.Paisajes de GardanneHortense, a la que pintó mucho y probablemente amó menos que a la pintura, vivía entonces en París. Paul, su hijo, se ocupaba de la relación con los marchantes. Cézanne sólo quería pintar y pintar. Alquiló una cabaña donde almacenaba sus lienzos y donde pasaba la mayor parte del tiempo. Era la zona del yacimiento de Bibemus donde, entre 1895 y 1904, Cézanne creó de manera pura, radical, una pintura más simplificada, más esencial. Durante uno de sus paseos diarios encontró, por fin, el lugar ideal. Compró unos metros cuadrados de terreno en los que había una antigua granja rodeada de olivos centenarios. Hizo demoler sus restos y, en su emplazamiento, construyó una casita con una fachada sobria coronada por un pequeño frontón triangular, que dominaba la ciudad de Aix. En la terraza había un olivo que aún hoy se puede ver y que conservó pidiendo a los albañiles que lo abrazaran al trazar el pollete. El pintor lo convirtió en su confidente y quienes le fueron a ver atestiguaban que, en sus grandes momentos de duda, se acercaba y le hablaba.Día tras día hasta su muerte, Cézanne cogía la carretera de Tholonet e iba enfrentarse con la esfinge pétrea, a desentrañar, poco a poco, todos los matices y los colores de su montaña. Dos años antes de su muerte dijo a Émile Bernard: «Para nosotros los hombres, la naturaleza está más en la profundidad que en la superficie. De ahí la necesidad de introducir en nuestras vibraciones de luz, representadas por los rojos y amarillos, una cantidad suficiente de matices azulados para hacer palpable el aire». Los paisajes de Gardanne de 1885-86, según algunos historiadores, son los directos inspiradores de los paisajes cubistas.El pintor sufrió un desmayo, preámbulo de su muerte, en el Tholonet, frente a su montaña. Días después sería enterrado en el cementerio Saint Pierre de la ciudad, a un lado de la Sainte-Victoire. Es la razón por la cual Pablo Picasso está enterrado al otro lado. Cuando el genio de Málaga compró el castillo de Vauvenargues, dijo a Daniel Henry Kahnweiler, su marchante parisino, que había comprado ‘la Sainte-Victoire de Cézanne’, no un cuadro del artista al que llamaba «mi único maestro» , sino un trozo de su roca.La influencia de Cézanne iba a ser decisiva, sobre todo, a partir de su muerte en 1906. Entonces los fauves, al inaugurar el periodo llamado cezanniano, cambian sus colores violentos por unas armonías sordas y redujeron las formas naturales a planos cada vez más geométricos. Algunos de ellos participarían en los principios del cubismo que, por otra parte, nunca negó su inmensa deuda con Cézanne. Picasso expresó su admiración por él: «Fue como el padre de todos nosotros».

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