El 12 de diciembre de 1799, George Washington pasó gran parte del día inspeccionando a caballo su finca de Mount Vernon, en el estado de Virginia, en medio de una fuerte tormenta de nieve. Cuando regresó a casa, cenó apresuradamente con la ropa mojada y se fue directamente a la cama. A la mañana siguiente, se despertó con un fuerte dolor de garganta y la voz ronca, pero no hizo caso. A lo largo del día, le subió la fiebre y se acostó pronto. Se despertó a las 3 de la mañana y llamó a su mujer, Martha, asustado porque se encontraba muy enfermo. Ya no se pudo hacer nada. Su situación empeoró y murió a última hora de la tarde del día 14.El fallecimiento del primer presidente de Estados Unidos, a los 67 años, sumió al país en una profunda depresión y, cuando la noticia llegó a Europa, hasta Napoleón ordenó diez días de luto en Francia. Tras este luctuoso comienzo, sin embargo, nos queremos centrar en el inventario que se hizo de Mount Vernon pocos días después, en el que quedó reflejada su enorme afición por los helados, un manjar que durante más de dos milenios solo disfrutaron las figuras más poderosas del mundo y que solo en los dos últimos siglos pudo disfrutar, al fin, la clase trabajadora.Esta tardía democratización se produjo, especialmente, tras la invención de la máquina manual para hacer helados de Nancy Johnson, en 1843, y la inauguración de la primera fábrica masiva en Baltimore por parte de Jacob Fussell ocho años después. Washington fue uno de esos privilegiados que pudieron disfrutar del producto estrella del verano, como quedó reflejado en la primera referencia del inventario de Mount Vernon, que data de mayo de 1784. Ese mes, el todavía general adquirió una «Máquina para hacer helados» que era aún mucho más rudimentaria que la de Johnson. Le costó una libra, 13 chelines y tres peniques.Noticia Relacionada Arqueología milenaria estandar Si Botijo: el origen de un misterio con 5.500 años de historia Israel VianaMás tarde, durante su presidencia, adquirió utensilios adicionales en varias ocasiones para prepararlos. Por ejemplo, dos «moldes dobles para helado», uno por valor de 2,50 dólares en mayo de 1792 y otro, en junio de 1795, por 7 dólares; y un año después, en junio de 1796, se gastó cinco chelines en una cuchara especial para servirlos, además de dos tarrinas realizadas en peltre y otras ocho en hojalata. Era la época en la que Martha Washington se acostumbró a servir helados de distintos sabores en sus recepciones semanales.Alejandro MagnoEl helado era, por lo tanto, el postre más popular de la residencia presidencial, como lo confirmaron diferentes testimonios de la época, aunque el ciudadano de a pie apenas supiera que existía en esos momentos y, ni mucho menos, lo hubiera probado. Durante más de dos milenios fue un producto exclusivo de la clase alta, de los más acaudalados y poderosos en muchas partes del mundo. La fecha y el lugar exacto de su primera elaboración son inciertos, aunque está documentado que, en el siglo IV a. C., a Alejandro Magno ya se le preparaba una rudimentaria mezcla de hielo con arroz, leche, miel y ciertas frutas. También que algunas variantes de esta receta se extendieron a China en el siglo II a. C.En el siglo I d. C., Nerón adquirió la caprichosa costumbre de enviar a esclavos a las montañas para recoger nieve que luego sus súbditos mezclaban con miel y frutas para disfrute del emperador. Cualquiera se negaba a proveer de estos protohelados al considerado por muchos investigadores como el mandamás más sádico de la Antigua Roma. El historiador y político Cornelio Tácito ya reveló en esa época que Nerón fue el culpable del incendio que asoló la Ciudad Eterna en el verano del 64 d. C., «el más grave y atroz de cuantos se produjeron por la violencia del fuego». Y Cayo Suetonio le acusó también de parricida, asesino de masas y depravado sexual… Pero mientras cometía todo ese tipo de tropelías, su helado no le faltaba nunca.Se atribuye a Marco Polo el haber divulgado la receta en Italia, al regresar de uno de sus viajes por el Lejano Oriente a finales del siglo XIII. El salto cualitativo llegó en el siglo XVI, en Florencia, de la mano de Bernardo Buontalenti, un inventor al servicio de los Médici que desarrolló una mezcla rica en nata y huevos que dio como resultado el primer helado cremoso real. Fue en esa época cuando Catalina de Médici lo introdujo en la corte francesa. La nobleza, siempre la nobleza.Francesco ProcopioA finales del siglo XVII se produjo el verdadero salto de calidad, protagonizado por Francesco Procopio, que inventó una máquina que homogeneizaba las frutas, el azúcar y el hielo y que creó por primera vez una crema helada similar a la que hoy conocemos. Esa es la razón de que a este famoso cocinero italiano se le conozca como el padre del helado moderno. Aquello le impulsó a abrir en París el Café Procope, en 1686, que sedujo a intelectuales de la época como Victor Hugo y a prestigiosos editores, los cuales no dudaron en comenzar a incluir «il gelato» en los libros de cocina de media Europa.Y, cuarenta años después, los helados llegaron, por fin, a América del Norte, donde alcanzaron su máxima popularidad y pasaron a ser patrimonio de todos. De hecho, hoy en día Canadá y Estados Unidos siguen siendo los países que más lo consumen en el mundo. Cuentan que cuando llegó a Hollywood en 1939, lo primero que hizo Alfred Hitchcock fue ir a buscar el helado local, que ya se había extendido por toda la ciudad a precios asequibles. Al probarlo, comentó con entusiasmo que aquel sabor le hizo sentir que «todo le saldría bien en su aventura americana».

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