La Tercera: Los saberes y el saber

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Me llega un regalo extraordinario, un libro: María Zambrano , ‘La razón en la sombra’, antología crítica y edición de Jesús Moreno Sanz (Ediciones Siruela). Y, de pronto, la evidencia: el mes de agosto, aquel en que, hallándose ella en vida, íbamos cada año a felicitarla, el día 15, el cineasta Alfredo Castellón y yo, nadie más –libre Madrid de veraneantes–. Y aparecía ella, contenta y arreglada, y charlábamos hasta el anochecer.’La razón en la sombra’ no es una reimpresión de la primera edición, que data de 1993, sino que está enteramente revisada, corregida y ampliada, y es indudable que la labor de Jesús Moreno Sanz ha sido minuciosísima, pues ha consistido –como él mismo apunta– en una mirada, podríamos decir, letra por letra a toda la obra de nuestra filósofa y en «transponer aquí todas las múltiples correcciones y modificaciones realizadas en sus ‘Obras Completas’». Y añade, destacando su importancia, para que no quepa duda de qué se trata, que el pensamiento de María Zambrano «es una indagación filosófica y espiritual –’una quête’– acerca del alma perdida en Occidente. Y con ella, del mundo y la tierra».En primer lugar apunta el pensamiento político de Zambrano en conexión con su análisis cultural de Occidente, así como a su respuesta frente al racionalismo. No se trata, desde luego, de una renuncia a la razón, sino de una crítica a una razón ‘a medias’, frente a la cual ella suscita una razón integradora (1928-1936), una ‘razón armada’ (durante la guerra civil, 1936-1937), luego ‘misericordiosa’ (1937-1939), de la que surge –mediada por Spinoza, Plotino y su amigo García Lorca–, finalmente, su ya definitiva ‘razón poética’, según Moreno Sanz un «condescender a los oscuros lugares donde nace la luz». De 1934 data su importantísimo ‘Hacia un saber’ sobre el alma donde amplía cuestiones aparecidas en ‘Horizonte del liberalismo’ (1930), para luego mudar la historia trágica en ética, en ‘Persona y democracia’ (1958), que bajo el ala de Max Scheler y Nietzsche emprende el vuelo por tres órdenes, a través de Dios, naturaleza y hombre. Esto culminará en ‘Claros del bosque’ (1977), despedida de estos tres órdenes por los que denomina la «noche oscura de lo humano», hasta alcanzar ‘De la Aurora’ (1986). Inesperado resulta, aunque no ilógico dado su talante poético, que María escribiera también una obra teatral, ‘La tumba de Antígona’ (1967) que nos dieron a conocer Jeannine Mestre y Elio Pedregal, el 8 julio 1983, con motivo del Festival de Almagro.La María joven frecuentaba el círculo de la ‘Revista de Occidente’, en torno a su maestro Ortega y Gasset, y empezó su etapa de enseñanza en la Residencia de Señoritas… muchos años después (acababa de aparecer ‘Claros del bosque’). Me hallaba yo en casa de Rosa Chacel con Rafael Martínez Nadal y asistía a una conversación fascinante. Ambos, Rosa y Rafael, conocían bien a nuestra filósofa y comentaban su libro, cuando el hilo de las palabras empezó a tejer la imagen de su autora y, en mi mente, se fue formando su retrato. Rafael evocaba la época en que ella vivía en una casa de campo, en La Pièce, junto a un bosque, entre los años 64 y 78, donde él iba a visitarla con frecuencia. Allí transcurrían los días de la filósofa y los de su hermana Araceli, ambas rodeadas de 27 gatos; sus días y sus noches durante las cuales ella salía a ver los campos llenos de plantas de cicuta plateadas por la luna… cuando llegada la hora nos despedimos y luego llegué a mi casa, abrí el cuaderno pensando tomar algunas notas, pero la mano puso el título de un poema que fue el que sigue:’María Zambrano’ (Tras una conversación con Rafael Martínez Nadal)En tanto que a la luna la cicuta, orante,/ se extasía en resplandores,/ tus ojos en lo oscuro se sumergen/ en pos de la visión sustentadora./ Rasga el aire el maullido y la piedra/ inviste condición ya de ruina,/ mientras tu ser en fuente se traduce/ y alcanza la lustral protopalabra,/ en vela, corazón, desde los ínferos.Habían sido ante todo las palabras de Rafael, junto a mi propia intuición, las que me habían movido al poema, pues él, además de ofrecernos la imagen selvática, habló de la comunión de nuestra filósofa con la oscuridad reveladora que fecundaba su pensamiento, mientras que Rosa Chacel recordó fundamentalmente su etapa anterior al exilio, sus estudios de filosofía, su apasionada vida madrileña desde el punto de vista sentimental y político, y su relación con el maestro de ambas, don José Ortega y Gasset.El retrato que de María Zambrano apuntaba entonces era ya complejo, pero también extraordinariamente vivo, pues derivaba de una comunicación directa que, con naturalidad, se ampliaba. En 1936, Rosa Chacel había escrito un libro de sonetos crípticos sobre sus amigos titulado ‘A la orilla de un pozo’. Uno de ellos estaba dedicado a María Zambrano cuyo primer cuarteto concluía con la mención «del negro lirio y de la ebúrnea rosa», palabras que remitían a las apasionadas relaciones intelectuales, y ‘algo más’, entre el joven filósofo Zubiri (el lirio negro) y María (la ebúrnea rosa).Años después, cuando María Zambrano regresó de su exilio y yo fui a visitarla con Rosa Chacel, recorrimos medio Madrid hasta encontrar rosas blancas para llevárselas: el simbolismo no sólo seguía en pie, sino que se había afianzado. En efecto, de regreso del exilio, María preparó, como dicho, la edición de su libro ‘De la Aurora’, es decir, de la blancura por excelencia.Ese amigo con el que cada agosto visitaba yo a María, Alfredo Castellón, llevó a cabo, en 1991, un amplio reportaje cinematográfico titulado ‘Testimonios’, donde entrevistó a cuarenta personajes que la habían conocido. Brillante, por excelencia, aparecía Octavio Paz afirmando que, cuando la conoció, tenía «un aura benéfica, una cordialidad de influencia magnética. Era lo máximo que podía dar una mujer sabia e inteligente a un joven poeta». Y añadía: «Poesía y filosofía tienen corredores y pasajes secretos por los que pasa sólo un vidente, como ha sido María Zambrano».En el reportaje, hablan igualmente, entre otros, Francisco Giner de los Ríos, Isabel García Lorca, Aranguren, Rosa Chacel, Soledad Ortega, Eliseo Diego, Elena Diego, Cintio Vitier y Emil Cioran, que dice deber a una conversación sostenida con ella la escritura de ‘Historia y utopía’ (1960), así como Julia Castillo, Javier Ruiz y yo misma que comentaba mi coincidencia con María al sentir la llamada de la estrella del alba.Pero hay otra llamada, la del mes de agosto, que, de un modo u otro, coloca siempre uno de sus libros en mis manos.SOBRE EL AUTOR Clara Janés es poeta y académica de la Real Española

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