Quien cree conocer su hogar, su tierra, con el mayor de los convencimientos, difícilmente tiende a aceptar lo que otros dicen o piensan sobre su tierra. Más aún si esos otros, los de fuera, cuentan que viene el lobo. Es difícil que lo crean. Por mucho que el lobo aúlle frente a sus casas.A una quincena de personas en Cabezabellosa les cuesta mucho ver al lobo, pese a que, en efecto, esté frente a sus casas. Más de 48 horas después de que se ordenase la evacuación, un reducto de vecinos permanece en el pueblo. No abandonarán sus casas. Lo tienen claro. Están convencidos de que no están en peligro.«Aquí no va a pasar nada», dice alguno que, ante los servicios de emergencia , esboza el que, cree, es el mejor razonamiento lógico para explicar que las llamas no tocarán sus hogares. Todos, o casi todos, guardan un perfil similar. Son vecinos del pueblo de toda la vida, la mayoría de avanzada edad. Las han visto de todos los colores y creen saber que no les pasará nada, que las alertas son, como mucho, un exceso de precaución.A esa postura, fiel e imposible de derrumbar, se une otro argumento, quizás de más peso. Buena parte de estos vecinos tiene animales, tiene ganado. No dejarán a sus animales sin comida ni respaldo. La forma de salvarlos es quedarse con ellos, aunque lenguas de fuego cerquen el municipio.Rescate ‘in extremis’El consejero de Presidencia de la Junta de Extremadura, y número 2 de María Guardiola, Abel Bautista, reconocía ante los medios que no podían hacer más, que habían hecho todo lo posible para que estos vecinos fueran evacuados. Horas antes, de hecho, cuando los servicios de emergencia orquestaron un rescate ‘in extremis’ para salvar a otros 19 vecinos que también tenían el convencimiento de estar a salvo, Bautista no se atrevía a asegurar que hubiesen salido todos. «Queremos entender que no queda nadie». Se quedó en un deseo.Las autoridades han reconocido tener empatía por quienes, por encima de todo, quieren proteger lo que es suyo, sus bienes y, en el fondo, toda su vida. Pero eso no evita que hagan otra lectura, que es la que realmente se pone encima de la mesa. Mientras haya vecinos que sigan en sus casas, habrá quien deje de trabajar en extinguir las llamas para combatir la cerrazón, que es, todavía, más difícil de sofocar.Hasta 17 focos activosExtremadura vive horas de mucha complejidad desde el martes. La caída de más de 600 rayos desató una cadena de fuego, con hasta 17 focos activos de manera simultánea, que sigue todavía golpeando a la región. Sobre todo, en el entorno de Jarilla, en la provincia de Cáceres, donde se han evacuado 700 vecinos de tres municipios, se ha confinado otro y han quedado por el camino, por lo pronto, 4.600 hectáreas sobre las que ya solo se ve un profundo color negro.El viento, que superó rachas de 50 kilómetros por hora en la madrugada de este jueves, desbocó las llamas. A mitad de la noche, ya estaban encima de la A-66, en plena operación salida, y muy cerca del municipio de Oliva de Plasencia, donde los vecinos de la zona periférica también tuvieron que ser evacuados. Las peores condiciones y el peor día posible. Porque no hay peor día para combatir un incendio que un 14 de agosto.«No era para tanto»Quienes sí abandonaron sus casas encaran la que sería la cuarta jornada fuera de sus domicilios. Más de 200 se ubican en el Pabellón de La Bombonera, en Plasencia. Antes de salir el Sol, muchos ya están fuera. Por insomnio, por miedo o por ambas. Algunos juntan sillas en círculo. Se consuelan entre ellos. Escuchan la radio, miran el móvil. Quieren saber si sus casas corren peligro. Alguno repite ropa por tercer día, porque creía que «no era para tanto» y se fue con lo puesto y poca más compañía que una mochila.Sin embargo, cuando empieza a apretar el calor, todos, los que se evaden y los que se lamentan, todos, acaban en el mismo sitio. En la piscina. «Es gratis», dice una vecina. Lo es. Y en torno a ella se reúnen decenas de evacuados de todas las edades. Niños, jóvenes, mayores, familias enteras y hasta mascotas. Todos se bañan, chapotean y, seguramente, sin darse cuenta, demuestran que hay quien sí ha entendido que no hay nada más preciado que estar a salvo. Sobre todo, si es «gratis».

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