En Madrid las palomas son las ratas del aire. No han llegado al punto de comodidad y gallardía de las gaviotas que, en Gijón, por ejemplo, son capaces de soltarle una bofetada a alguien y quedarse con su comida, pero todo volará. En la ciudad los gorriones apenas se atreven a moverse cuando las palomas están cerca. Se han vuelto caminantes de terrazas, picotean las migas que dejamos e incluso observan, con la frialdad de Mr. Lecter, nuestras cabezas, deseando haber sido cóndores americanos o buitres carroñeros. Fueron los egipcios y los babilonios los primeros en criar estas aves que después, griegos y romanos usaron como alimento. Para comerse hoy una buena paloma hay que irse a Lera, en la linde de Zamora con Valladolid. En Madrid hemos sustituido las tradiciones por tequeños y a los gorriones por cotorras. Posteriormente adquirieron una importancia supina, porque separando a las parejas, las palomas se convirtieron en ávidas mensajeras que sirvieron para ganar batallas o incluso crear fortunas que han llegado hasta nuestros días, como la de la familia Rothschild, que realizó una operación bursátil, hoy pelotazo financiero, gracias a la derrota de Napoleón en Waterloo y la rapidez con la que las palomas llevaron el mensaje a Londres. De todo aquello apenas queda nada. El ser humano tiene la infinita capacidad de anular las cosas interesantes que aportan los animales a nuestra cotidianidad. Por este motivo, una paloma en una ciudad es hoy una molestia, una máquina de excrementos sobre el capó de un coche, un animal que no sirve para otra cosa que no sea ensuciar o picotear sobre nuestros deshechos, pues las máquinas sustituyen la inteligencia que nos daba la naturaleza, dejándonos cada vez más dependientes de la electricidad y menos de la lógica. Siglos y siglos de evolución humana que va pereciendo gracias al urbanita de hoy, que es lo más alejado a lo natural mientras legisla sobre el campo, los bosques y todo aquello de lo que no tienen ni pajolera idea.Noticia Relacionada estandar Si Madrid es cada uno Alfonso J. Ussía El mío huele a castañas en noviembre; suena a una radio de taxi de madrugada y tiene la textura áspera de la barra de un bar de barrioEn agosto, la media veda ordenaba la población de palomas que buscaban alimento en los cultivos de guisante, girasol y otros cereales hasta el tercer fin de semana de septiembre. Esta medida servía, por un lado, para que las migratorias no terminasen con la despensa de los agricultores y, por otro, para controlar el censo de una especie, ya fueran torcaces o tórtolas, que en el descontrol supondrían un problema de superpoblación para la temporada siguiente.Hasta aquí, la parte animal. Luego resulta la litúrgica, emocional y lo que viene a continuación. Que la paloma sea un símbolo de paz y de fe se lo debemos al Génesis. A los 40 días del diluvio, se cuenta que Dios envió una paloma con una rama de olivo en el pico al bueno de Noé para anunciar la reconciliación entre el Creador y la humanidad. De este modo, el pichón quedaba ligado a la pureza y la inocencia, y el mundo dejaba de ahogarse. No es de extrañar que el Espíritu Santo usara la paloma como símbolo o que fuera, desde entonces, su animal elegido para representarse. Pero Madrid, nuestra ciudad, no tiene en la Paloma a una Virgen declarada, sino, más bien, a una patrona popular decidida así por las personas desde hace varios siglos. Porque la Paloma se celebra el día de la Asunción, 15 de agosto, y la patrona oficial es la Almudena, al menos, desde que el papa Pío X lo hiciera oficial en 1908.El ser humano tiene la infinita capacidad de anular las cosas interesantes que aportan los animales a nuestra cotidianeidadOtra cosa es que los gatos, con esa forma suya de hacer lo que les da la gana, hayan coronado a la Paloma como patrona no oficial pero tan querida. Lo hicieron desde que, en 1787, Isabel Tintero, encontrara un lienzo con una imagen de la Virgen de la Paloma en La Latina . Creó un pequeño altar en la entrada de su casa y con el tiempo, la devoción popular creció tanto que la pequeña capilla terminó siendo la actual iglesia de la Virgen de la Paloma. Además, es la Patrona de los Bomberos, que son los héroes que apagan las llamas de nuestra vergüenza, ya sea en los montes en verano o en los edificios en invierno. Así que, queridos lectores, encuentren en la Virgen de la Paloma el amor y el respeto por quienes se juegan el pescuezo por los demás. Celebren su fiesta popular y brinden por quienes pelean contra la voracidad del fuego que nos quema. Y de la paloma, del animal, contemplen la imagen de un ave que lleva miles de años siendo parte del paisaje que nos ha traído hasta aquí. Y si pueden, pasen por Lera. Entenderán lo que es tocar el cielo con el paladar y quedará todo dicho.

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