Octubre de 1998. Diego Pozo recuerda perfectamente la noche en que El Chusco, uno de esos «personajes bohemios de Jerez», siempre con la sonanta a cuestas cantando por fandangos y bulerías, entró en el pub Los Dos Deditos y le avisó de que en la calle había dos chicos muy jóvenes que querían conocerle. Era el descanso de su ‘jam session’ y salió. «Estaban sentados justo aquí –señala–, en este escalón, fumándose un canuto y con una guitarra que habían bautizado como ‘La Venena’ [risas]. ¡Flipé, porque tenían 15 y 16 años y se pusieron a tocar ‘Pata Palo’ y otros dos temas de Pata Negra !». El escalón al que se refiere es el de la Pescadería Vieja, un edificio de finales del siglo XVIII situado en una estrecha calle del centro histórico de Jerez. En la acera de enfrente todavía sigue abierto Los Dos Deditos. «Aquí es donde empieza la historia de Los Delinqüentes como trío, porque Migue [Miguel Benítez, fallecido en 2004 a los 21 años] y yo nos habíamos conocido en el instituto un año antes. Esa noche llevabas puesto un poncho muy guapo al estilo de Clint Eastwood», comenta Marcos del Ojo , conocido ya entonces como ‘El Canijo’. «¡Todavía lo conservo! Tiene una mancha en el hombro de la sangre que me salpicó en una pelea de Paco en un bar», añade entre risas Pozo, más conocido como ‘Ratón’, su mote desde que entró en la banda.Hemos quedado a las 11 de la mañana y aparecen puntuales con sus guitarras a cuestas, como ocurría siempre cuando eran unos críos. No es fácil arrancar. Saludan a varios conocidos y bromean con el camión de reparto de cerveza que se detiene junto a ellos: «Mira, nuestro paso de Semana Santa. ¡Para ahí, que te voy a cantar una saeta!», grita Ratón por encima del ruido del motor. Tras colocarles el micrófono, nos interrumpe un guía de veintipocos años, Carlos, que está haciendo una ruta por Jerez con una pareja de turistas estadounidenses.Carlos vive en el barrio de Santiago, cuna del flamenco, pero se emociona al ver a los músicos. Les pide una foto y, sin hacerse ninguna señal, los tres se ponen a dar palmas mientras el joven guía se arranca a cantar por bulerías. Los guiris observan sin entender ni papa, pero sonríen. Y zanja Ratón: «¿Habéis visto las nuevas señales de tráfico para recordar que no se puede circular a más de 20 kilómetros por hora? Las han cambiado por otras en las que pone: ‘En el barrio de Santiago circule a compás’».Ruta ‘garrapatera’El periplo ‘garrapatero’ por el pasado de Los Delinqüentes, con sus alegrías y penas, acaba de comenzar. Vamos a recorrer las calles en las que se gestó este insólito trío de disidentes, insultantemente jóvenes, que mezcló flamenco, rock, blues, funk y rumba para protagonizar una pequeña revolución en la música española. Nos acompaña Manuel Benítez, hermano de Migue, manager del grupo en los primeros años y uno de los responsables del regreso de la banda a los escenarios 15 años después de su separación. «Una banda de bichos que oyen a Frank Zappa y Tío Borrico y que hay que buscar en los caminos venenosos de Jerez», los describió ABC por primera vez en 2001, días después de publicar su debut. El concierto en el Movistar Arena , el 24 de abril de 2026 , celebrará precisamente el 25 aniversario de ‘El sentimiento garrapatero que nos traen las flores’ (Virgin), que vendió 50.000 copias y se convirtió rápidamente en disco de oro. También servirá para homenajear a su «compadre Migue», que estará presente con grabaciones de vídeo y su propia voz, proyectadas en una pantalla gigante y sincronizadas con la banda. Cuando las 15.000 entradas salieron a la venta, se vendieron en menos de tres días. Ahora están buscando nuevas fechas y ciudades. —Migue era menor de edad cuando se publicó el disco y tú tenías 18 años. ¿Qué significó?— El Canijo: Para mí esa hostia fue mi salvación, compadre. Yo era una cabra loca. No estudiaba y me escapaba del instituto para ir a vender claveles con el Pisco, un gitano de La Albarizuela [barrio del extrarradio de Jerez], por los supermercados de San Fernando, Chipiona, Sanlúcar… Y todo el dinero me lo gastaba en porros. ¡Todavía estoy en ‘shock’ con todo lo que me ha pasado en la vida, te lo juro! El disco de oro, la pérdida de Migue… —¿A qué fueron a Los Dos Deditos?— El Canijo: Nosotros ya componíamos nuestros temas, pero queríamos que nos diera clases de guitarra para lograr esa musicalidad que él tenía. Diego era un guitarrista de postín, siete años mayor que nosotros. Tocaba en Palocortao, el grupo que más tarde se convirtió en la Banda del Ratón para acompañar a Los Delinqüentes, y ya había actuado en el Espárrago Rock y hasta en Canal Sur. — Diego del Pozo, ‘Ratón’: Les di el teléfono de casa de mi madre, pues aún vivía con ella. Tres semanas después me llamó Migue y vino a dar su primera clase. El segundo día ya apareciste tú con él por la cara, sin pagar. Dos por uno. — El Canijo: ¡Es que estaba muy tieso! —¿No dieron ningún concierto antes de reclutar a Diego?— El Canijo: Sí, varios. Por ejemplo, uno en nuestro instituto y otro en Cuartillo, una pedanía de Jerez, a raíz del cual compusimos ‘Fumata del ladrillo’ sobre lo desastroso que fue. — Ratón: Migue escribió cuatro o cinco estrofas con lo que os pasó ese día. Me sorprendió que tuvieran las mismas referencias musicales que yo y un montón de canciones propias. Tenían claro que aquello no era una afición, iban en serio. Y yo pensaba: «¿De dónde han salido estos niñatos?».— El Canijo: Migue era como Bob Dylan, compadre. Se ponía a escribir una letra y traía cuatro o cinco para que escogiéramos. Con 15 años tenía una creatividad brutal. Un día, Diego nos buscó una actuación en Puerto Real cuando teníamos 16. El dueño del garito insistió en que tocásemos versiones, así que empezamos con ‘Verde que te quiero verde’ y seguimos con las nuestras: ‘El aire de la calle’, ‘A la luz del Lorenzo’, ‘Camello peteto’… ¡Imagínate! El hombre se echó las manos a la cabeza. Nos dijo que parásemos, que estábamos echando a los clientes. Nos amenazó con no pagarnos y Migue le soltó: «¡O nos pagas o prendo fuego a todo!». Y nos pagó [risas]. Íbamos a hierro con nuestras canciones.De izquierda a derecha: Migue, Ratón y El Canijo Santiago SecadesEstudio La BodegaCamino de La Bodega, el estudio situado en una casa cercana del siglo XVI, El Canijo –que estos días está de gira con su otro proyecto, G-5, formado junto a Kiko Veneno, Tomasito, Muchachito y Ratón– se topa con más recuerdos: «La estrofa de ‘Nube de Pegatina’ la escribimos en este portal, ¿te acuerdas?». A nuestra llegada, nos cruzamos con Josema García Pelayo, «el George Martin de Los Delinqüentes», el productor que les llevó a las reuniones con las discográficas en Madrid cuando aún eran menores de edad y les grabó todos sus discos. «Una de las personas más influyentes de nuestra carrera», subraya El Canijo. «El estudio creció a medida que los discos de Los Delinqüentes triunfaban. Con cada trabajo suyo yo habilitaba una sala más y cada vez venían artistas más conocidos, como Joaquín Sabina», reconoce Pelayo. Arrumbada en un rincón y casi reventada, descubrimos a ‘La Jamonera’, como Migue llamó a la guitarra mala que Pelayo tenía allí y que tocaba todo el que pasaba por allí. Raimundo Amador, Moraíto, Diego Carrasco… Aún se ve la firma de Migue echa con cúter. «Tendríamos que arreglarla», sugiere El Canijo. En las paredes hay imágenes de artistas de Jerez y Nueva Orleans: La Paquera y Louis Armstrong, Antonio Chacón y Allen Toussaints, Tía Anica la Piriñaca y Joe King Oliver… Y en el mismo edificio está Damajuana, el bar donde tantas veces se emborracharon mientras grababan. Piden una cerveza e improvisan ‘La fumata del ladrillo’. Al terminar, ríen sorprendidos. «Llevábamos casi veinte años sin tocarla, pero cierras los ojos y la mano va sola. ¡Buah!», exclama Ratón. —Usted tuvo que hacer un poco de hermano mayor.— Ratón: Bueno, ellos dos eran los más pequeños con diferencia, porque los miembros de la Banda de Ratón son de mi edad. Recuerdo que nos daba mucho miedo cómo pudiera afectarles toda esa atención. Decíamos: «Quillo, esta gente tan joven, grabando su primer disco… ¿Y si se les va la cabeza?». Con los años me di cuenta de que la fama no te convierte en gilipollas, hace que el mundo se dé cuenta si ya lo eras antes. Pero Migue era menor de edad y su padre tuvo que ir con él a firmar el contrato a Virgin. — El Canijo: Sí, Sebastián tuvo que venir con nosotros a Madrid, un hombre del campo que trabajaba transportando alpacas. ¿Hay algo más garrapatero que eso? [risas]. — Ratón: El primer contrato era por tres discos y, si vendíamos 50.000 entre todos ellos, se ampliaba a cinco. Resulta que con el primero ya superamos esa cantidad. —Llegaron a rechazar una oferta de Sony.— El Canijo: Sí, porque nos querían quitar el pito de carnaval y meter programaciones. ¡Hostias! Querían convertirnos en algo que no éramos, una especie de banda de tecno-rumba, pero les dijimos que la parte musical no se tocaba. — Ratón: A Virgin llegamos con la maqueta, como cualquier grupo, pero luego sacamos las guitarras y nos pusimos a improvisar las canciones en la oficina. Alucinaron, no lo habían visto nunca. Aunque Migue y tú erais pequeños, teníais claro que no ibais a cambiar nada de vuestra música. — El Canijo: ¡Sí, eso lo teníamos clarísimo! — Ratón: Cuando fuimos a Virgin, tras la experiencia de Sony, una de las primeras cosas que dijimos fue: «Vosotros vendéis los discos, nosotros los hacemos. Nos da igual si no nos pagáis adelanto, pero la música será como queramos nosotros. Compondremos las canciones, escribiremos las letras, haremos los arreglos, diseñaremos la portada, produciremos el disco, grabaremos los videoclips… Todo. No queremos a nadie de la compañía ahí, y punto».— El Canijo: En ese momento yo cantaba fatal, desafinaba, tuve que aprender poco a poco. Sin embargo, Pelayo veía tanto potencial en Migue que le propuso grabar el disco con él y que yo saliera. ¡ Y tenía razón! No pasa nada, lo he hablado con Pelayo treinta veces. Yo era el colega que estaba en la esquina del escenario, pero ahora recuerdo con cariño que Migue le respondió: «Si mi compadre no viene conmigo, yo no voy». ¡Tan chico, con 16 años! Podía haberme dicho que seguía solo, pero no. Luchó para que siguiera con él. — Ratón: Eso fue lo mejor que nos pasó, porque sirvió para que te pusieras las pilas. La siguiente vez que nos vimos, apareciste con ‘Duende garrapata’ y ‘La calle de los morenos’. Dos temazos con la letra y la música terminadas. —¿Fue durante la grabación del primer disco cuando Migue empezó a cambiar?— El Canijo: Me resulta difícil hablar de eso… Todavía estoy en ‘shock’. Éramos jóvenes y queríamos experimentar con todo, compadre, tanto la música como las drogas. Con los porros éramos los números uno, pero tuvimos escarceos con otras sustancias, como el éxtasis, que en aquella época estaba de moda. Nosotros también escuchábamos música electrónica y breakbeat, y todo eso coincidió con la firma del primer contrato y los viajes a Madrid, en los que nos escapábamos a las fiestas de la calle Leganitos [allí estaba el club Soma]. Yo creo que el éxtasis nos tocó bastante el coco. Desde que lo probamos, Migue perdió un poco las riendas y la alegría que solía tener. En mi opinión, se volvió un poco más triste. ¡Con lo luminoso que era! Curiosamente, esa oscuridad le hizo componer canciones muy guapas, como ‘El rey del regaliz’ y ‘La caja de mi mollera’. — Ratón: Si no recuerdo mal, en las Navidades del 2000 estábamos grabando el disco y os fuisteis a una fiesta de Fin de Año, donde viste algo raro en Migue por primera vez [un brote psicótico]. Pocos días después, con el disco ya terminado, llegó al estudio y me cantó esta última canción. «Tiene siete puertas la caja de mi mollera / Me pierdo por dentro, salgo por la chimenea». Hablaba de esa Nochevieja y del mal rollo del éxtasis. La letra no solo no fomentaba su consumo, sino que te avisaba de que podía pasarte lo que a él si lo tomabas. Me encantó, y le pedí que la terminara para incluirla. — El Canijo: Después tuvo sus manías persecutorias, como ocurre con algunas enfermedades mentales que en esa época nosotros no estábamos preparados para entender. Pensábamos que se le había ido un poco la pinza y que se le pasaría en unos días. Éramos unos niños. — Ratón: Con los primeros brotes pidió ayuda y se medicó. Volvió a estar bien, pero luego tuvo otros episodios… ¡Oye, Manu, no sé si podemos hablar de esto! No sé si te importa o si tú quieres puntualizar algo…Arriba, de izquierda a derecha: Manuel Benítez, El Canijo y Ratón, en el grafiti dedicado a Migue cerca de la barriada San Juan Obrero. Sobre estas líneas a la izquierda: Migue (derecha) con su hermano en su casa de San José Obrero en los 90. A la derecha: Los Delinqüentes, con MIgue en el centro Juan Carlos Toro / Sebastiana Gómez / Mili SánchezLos demoniosManuel Benítez escucha atento en una esquina, en respetuoso silencio. Dice que no tiene ningún inconveniente, que su hermano habló de ello en algunas canciones. Y puntualiza: «Fueron tres brotes psicóticos». — Ratón: ¡Sí, fueron tres! Pero aunque nunca volvió a ser el mismo, la gira del primer disco la hizo muy bien y conseguimos, incluso, ser disco de oro. Se podía viajar y trabajar con él perfectamente. — El Canijo: Recuerdo un concierto acústico que dimos la primera vez que fuimos a Madrid, en el Rincón del Arte Nuevo, un garito pequeño y emblemático de cantautores. Asistieron los jefazos de las principales discográficas. Hace poco nos han enviado el vídeo inédito de esa actuación [disponible en la página web de ABC] y Migue tiene un desparpajo y una vitalidad increíbles. Yo estaba cagado, pero él estaba ahí de líder, cantando y charlando, haciendo bromas, al mismo tiempo que luchaba por dentro contra sus demonios. En el poco tiempo que vivió, conocí a muchos Migueles, algo parecido a lo que le ocurrió a John Lennon. — Ratón: Para nosotros era un genio que hizo muchísimas cosas. Escuchas sus letras y te preguntas cómo pudo vivir tan poco tiempo. Murió con solo 21 años, pero parece que vivió diez vidas, como la mayoría de los genios. Es imposible que unos brotes psicóticos así no te afecten. Los artistas están empezando ahora a hablar de sus enfermedades mentales, pero esto ocurrió hace más de veinte años. — El Canijo: Lo que sí me gustaría decir es que Migue no falleció de eso ni de una sobredosis, como dijo mucha gente. Después de todos esos problemas y escarceos, Migue volvió a ser una alegría para todos nosotros. Por eso hicimos el segundo disco. Hay mucha leyenda urbana alrededor, pero él murió de una deficiencia cardíaca, de un infarto. Estaba en el campo con su familia, desayunó, se volvió a acostar un rato y no se despertó más… El Cine JerezanoPasamos por las puertas del Cine Jerezano, que lleva años cerrado, a cincuenta metros de la calle Cruz, donde crecieron la mayoría de miembros de la Banda del Ratón. «Aquí también bebimos cerveza, fumamos petardos y compusimos muchas canciones. ¡Sentados en este mismo escalón! Todavía huele a garrapateo», bromea El Canijo, que coge la guitarra y pregunta: «Compadre, ¿recuerdas cuando cantábamos aquí ‘El aire de la calle’?». Arrancan y varios vecinos se detienen sonriendo. «¿Qué, volviendo a los orígenes?», pregunta uno que cruza la calle, como si hubiera reconocido a los niños de antaño. «¡Mira, Diego! Pero si es la Isa… ¿Niña, hace cuánto tiempo que no te veo?», reacciona El Canijo.Camino de la calle Cruz, nos cruzamos con la madre de Ratón por sorpresa. «¡María, qué alegría verte!», saluda El Canijo. «Estoy muy contento con tu niño, lo quiero mucho. ¡Los Delinqüentes estamos muy emocionados de volver a hacer nuestras cositas y ABC ha venido a contarlo!». «Ya lo leeré», responde ella. «¿Te acuerdas cuando íbamos a que tu hijo nos diera clases de guitarra? Como si no tuviéramos casa». Y responde: «Erais unos chiquillos, pero nunca os dije eso… ¡aunque lo pensaba!» [risas]. «Mañana vengo a comer contigo, mamá», se despide Ratón. Calle CruzEn este pequeño pasadizo sin salida conoció El Canijo a su actual mujer y todavía viven aquí sus suegros. Insiste en que grabemos la placa que hay en la casa contigua, de Luis Ramos Fernández, escritor y poeta gitano autodidacta que falleció hace cinco años y que, en los 80, llevó de gira por el mundo a grandes cantaores de Jerez como Luis de la Pica , El Torta , Capullo de Jerez y Tía Juana la del Pipa . «Fue una de las mayores inspiraciones de Los Delinqüentes, nuestro gurú, el que nos enseñó el compás por bulerías y el padre de uno de nuestros palmeros. Cuando murió, todos lo sentimos muchísimo, era como un segundo padre para nosotros. Ahora estará en el cielo de fiesta con Migue. Menuda tendrán formada los dos», apunta El Canijo. «¡Cualquiera los aguanta, todavía no se habrán acostado!», subraya su compañero.A última hora de la tarde, Manuel Benítez nos lleva al mural de casi veinte metros de altura que el artista jerezano Fran Castro le dedicó, el año pasado, a su hermano y al amigo de este, Kisko , el grafitero que creó el primer logotipo de Los Delinqüentes que encabeza estas páginas, fallecido en 2002. El retrato de Migue aparece en grande, en el centro, mirando hacia San José Obrero, su barrio, con su guitarra detrás. —¿Cuándo piensa en su hermano, que es lo primero que le viene a la cabeza?— Manuel Benítez: Pienso mucho en su piel, porque la tenía verdosa. Mi madre decía siempre: «Tengo que llevarlo al médico, este niño no está sano. No debe estar comiendo bien, está como verde». Por eso mi hermano se obsesionó con el verde, sobre todo, cuando descubrió toda la simbología de Lorca alrededor de ese color. Lo echo mucho de menos físicamente. Ahora que soy padre, me doy cuenta que mi hija mayor, Ana, tiene una piel parecida y, a través de ella, lo revivo constantemente.—¿Sueñan con él?— El Canijo: Mucho, como si estuviera de viaje. Le pregunto: «Quillo, ¿dónde te has metido? Vente para acá con nosotros». Siempre me dice que no puede, que tiene algo que hacer [se detiene unos segundos]. Esto nunca os lo he contado [señala a Diego y Manu], pero hace un tiempo estaba de viaje con mi parienta, hablando de la posible reunión de Los Delinqüentes, que es una espinita que siempre tuve clavada. Hablaba de juntarme con Diego y llamar a Manu, pero no sabía qué hacer. Iba andando y me puse a mirar al cielo, como pidiéndole a Migue que me enviara una señal. De repente, tío, una estrella fugaz verde atravesó el cielo, compadre. ¡Te lo digo de verdad! Os lo puede decir Belén, que estaba de testigo. Los escépticos dirán que, evidentemente, fue una casualidad, pero yo creo en el destino y que Migue me envió esa señal.— M. B.: Un día me ocurrió una cosa rara y simbólica. Mi hermano y yo éramos muy seguidores de Pearl Jam . En 2006, dos años después de su muerte, fui a verlos al Festival Azkena de Vitoria. Había 25.000 personas, todos con sus camisetas de Limp Bizkit, Lynyrd Skynyrd, Led Zeppelin, los Rolling Stones… Cuando empezaron a tocar, me puse a pensar lo mucho que me habría gustado que mi hermano estuviera allí, viendo el concierto conmigo. De repente, apareció un chico a mi lado con una camiseta de Los Delinqüentes. Le quise decir algo, pero me quedé sin palabras.

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