Entrar con cámaras en un centro de menores no acompañados de Canarias no es nada fácil. Como tampoco lo es llegar hasta él, oculto, en una zona montañosa y boscosa que da acceso a la Caldera de Bandama, uno de los tesoros naturales de la isla de Gran Canaria. A fin de cuentas, como explica una responsable de la entidad que gestiona la instalación, un antiguo convento de clausura alquilado a la Iglesia y reconvertido en un macroalbergue que triplica su capacidad , «no deja de ser la casa de los niños». Allí tienen «su intimidad», si es que es posible tener algo de ello en una habitación compartida con diez desconocidos más que van rotando de forma constante.El centro Tindaya está situado a unos 18 kilómetros del núcleo urbano de Las Palmas, en un emplazamiento cuyo trayecto hasta allí solo se puede hacer mediante una carretera estrecha que obliga a parar si viene un coche en el sentido contrario. Los menores que residen en estas instalaciones están alejados de todos los focos y de cualquier protesta vecinal en contra de su presencia, como se ha producido en otros lugares. De hecho, las casas más próximas al convento están ligeramente apartadas. Pero el carácter tranquilo de estos chavales, con cierta actitud asustadiza en sus primeros días allí, tampoco genera muchos problemas.Esta instalación, que gestiona la asociación Un Mundo Nuevo, tiene capacidad para unos 30 niños. Pero en la actualidad, según nos cuenta su director, Gabriel Orihuela, acoge a alrededor de 80 , con edades comprendidas entre los 8 y los 17 años y de distintas nacionalidades. La máxima preocupación de los responsables, comenta Orihuela a los micrófonos de ABC, es que los críos «no noten esa saturación». Que, pese a la realidad a la que se tienen que enfrentar a diario, «puedan hacer su día a día como si estuvieran en sus casas».Noticias relacionadas estandar Si Canarias asume que el Gobierno no cumplirá los plazos con los menores Joan Guirado estandar No CRISIS MIGRATORIA Clavijo: «El Gobierno de España no quiere hacerse cargo de los menores» y busca ganar tiempo Laura BautistaAunque el portal exterior del centro casi siempre está abierto, excepto por la noche, el interior sigue manteniendo la estructura de un convento que, en su momento, hasta el 12 de octubre del 2018, habitaron a modo de clausura las monjas carmelitas. Hay pasillos largos con puertas de barrotes negros para impedir el paso a otros espacios. Se ve ropa tendida en las ventanas que dan a un pequeño patio en el piso superior. Las salas que antes aprovechaban para hacer dulces en la más absoluta soledad, hoy las utilizan los menores para conectarse al mundo y hablar con sus allegados mediante unos ordenadores antiguos y para aprender español. La instalación eléctrica, tanto por su antigüedad como por su situación en la montaña, hace que en muchas ocasiones a lo largo del día se vaya la luz. Algo que ocurre hasta en cuatro ocasiones durante nuestra presencia en el interior del centro.Una decisión en 24 horasEl cambio de caras por este centro es habitual. Algunos llegan tras pasar unos días en una carpa del muelle de cualquier puerto canario, y después de una larga travesía, esperando emprender otro viaje, en este caso, a la península. Eso entraña cierta dificultad a la hora de planificar la atención a los menores y la gestión del centro a corto, medio y largo plazo. Entre otras cosas, nos cuenta Orihuela, porque «lo habitual es que nos avisen con 24 horas de antelación de los traslados, pero a veces con incluso menos». Es decir, en apenas un día, los niños tienen que volver a guardar todas sus pertenencias en una bolsa, despedirse de los amigos que hayan hecho ahí, que en muchos casos se convierten también en una segunda familia, y esperar. Y esto, sin saber el día que llegarán a la península, ya que antes pasan por otras carpas, en las instalaciones militares de Canarias50, ni a qué ciudad irán. Eso, explica el director del centro, hace que muchos niños «cambien de opinión» cuando les llega el turno.El centro Tindaya Imagenes del exterior del antiguo convento carmelita reconvertido en centro de acogida y de su director, Grabriel Orihuela J.G.«Cuando la información no es clara por parte del Ministerio, sin decirles con anterioridad qué día ni a qué tipo de centro van a ser trasladados, para tomar la decisión con todos los elementos a valorar, es normal que a veces ellos prefieran no ser trasladados porque es como salir de su zona de confort », relata Gabriel Orihuela, poniendo el foco en la «improvisación» que lleva días denunciando el presidente autonómico, Fernando Clavijo, y que supone un añadido de preocupación en los niños que viven con impaciencia e incertidumbre todo este camino. Y pone un ejemplo: es como si a cualquier adulto le ofrecen un trabajo nuevo en Alemania pero no le explican las condiciones que motivan ese traslado para que lo haga más apetecible. El proceso, por eso, empieza mucho antes de esa llamada a menudo tardía y sin margen para preparar un cambio de vida, prácticamente cuando llegan al centro. Orihuela explica que con anterioridad, recogen su conformidad y, cuando llega la noticia del traslado, ya saben quiénes están dispuestos y «se respeta esa decisión». Prosigue diciendo que «hay chicos que, en el momento del traslado, cambian de opinión y se intenta que no sea una cuestión forzosa, sino voluntaria, en función de sus intereses para no alterar más su vida». Pesa en su rechazo a ser trasladados la segunda vida que ya han organizado en la isla, iniciando un aprendizaje profesional, formando parte de un equipo de fútbol o estableciendo una relación de pareja, así como « la mala experiencia que les ha contado algún amigo que ha viajado».Las experiencias de los menoresEntre los niños con los que ha hablado ABC, todos ellos mayores de 16 años -tenían que dar su consentimiento-hay distintas experiencias y realidades. Nada más llegar al centro, sin saber aún quién era, conocemos a A.K., de 17 años y originario de Senegal. Habla con el director del centro de la salida que hará esa noche de miércoles para ir a jugar al fútbol con sus compañeros de equipo. Le dice que cogerá la ‘guagua’ por la tarde, uno de los pocos autobuses urbanos canarios que pasan cerca de la instalación –para llegar al centro hay que coger dos distintos y hacer transbordo–, y se ofrece a realizar el mismo trayecto para la vuelta por la noche. Pero en este caso, le indica Orihuela, debido a la hora nocturna a la que retornará, uno de los 45 educadores que trabajan en los distintos turnos le irá a recoger en coche.A.S., de 16 años, llegó hace ocho meses y ahora solo desea «ir a la península, a la gran España»Su caso es particular. Tras llegar en cayuco y hacerle la prueba ósea, se determinó que era mayor de edad y fue derivado a un centro de adultos. Hace dos años de eso. Tras presentar la documentación que acreditaba su edad real, llegó a este convento y aquí espera la mayoría de edad, haciendo un curso de mediador para «ayudar a los chicos que llegan de nuevas, que no saben español ni sus derechos». Dice, con un español casi perfecto, que ya es «canario» . No contempla irse a la península, ni ahora ni más adelante. Sus planes, confiesa, pasan por reconstruir su vida en el archipiélago en el que ya está integrado.Caso distinto es el de otro compatriota suyo, A.S., un año menor, que llegó hace ocho meses «para tener un futuro mejor» y ahora solo desea «ir a la península, a la gran España». En Canarias, dice, «hay muchos chicos, mucho ruido» . Uno de los motivos por el que quiere ser traslado es porque tiene un hermano en la península y quiere estar cerca de él. Como B.B., de 17 años y de Marruecos. Llegó hace 9 meses, quiere empezar un curso de mantenimiento y estar cerca de sus amigos, que están en otro centro, donde «se está mejor».B.K., también marroquí, de 16 años, quiere estudiar «un curso de mecánica» y quedarse en Canarias. Como M.E., de 17 años, ha hecho un curso de cocinero y ha aprendido español en los nueve meses que lleva en el centro, desde que llegó de Marruecos. Su idea, cuando cumpla los 18 años, es irse a Lanzarote, donde vive su hermano.A la espera de que el Gobierno inicie el traslado prometido –previsto a priori para el 28 de agosto– y de que la situación más tranquila en el océano en septiembre facilite la llegada de más cayucos y nuevos niños, tanto ellos como sus educadores mantienen la esperanza de que tarde o temprano puedan cumplir su sueño de empezar de nuevo .

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