Desde la puerta de su pequeña explotación, Carmen calcula que el fuego estará a un kilómetro, más allá de los pinos. Lleva viendo la columna de humo desde el martes, cuando el fuego iniciado en la vecina localidad de Oímbra empezó a expandirse. Pero la amenaza ahora sí parece más inminente. Son apenas seis personas del pueblo de Pedrosa, en el municipio de Cualedro, donde Orense se confunde ya con Portugal. No tienen motobombas, ni siquiera batefuegos. Si llega, intentarán sofocarlo con capachos o ramas. A ella y a su marido Luis ya les ardió en 2016, y saben lo duro que es.Un poco más adelante, Simón guarda en su nave una cabaña de 450 ovejas. Vislumbra la columna pero es relativamente optimista. «Tengo la finca arreglada, limpia, aquí mucho fuego no va a venir» . A unas malas «los animales los saco y los llevo al prado, que es un sitio más húmedo». Por si acaso, la noche la pasó en el coche, vigilando, solo por si acaso. Apenas a doscientos metros, tres vecinos subidos a una roca contemplan la devastación del fuego, que devora el pinar con ansia. «Fuego siempre hubo, pero no tantos días» , se lamentan. Crece una sorda indignación por tener que soportar la maldición de los incendios cada pocos años, como una plaga bíblica. Dos ciervos escapan como pueden mientras los hidroaviones descargan para intentar bajar la llama. Dos brigadistas voluntarios hicieron noche en Pedrosa, en casa de un compañero, para ayudar en su día libre. Pero ante la violencia del fuego dan marcha atrás. Ellos dos no son suficientes.Noticias relacionadas estandar Si El incendio infinito de Chandrexa de Queixa: «La vegetación es como pólvora» José Luis Jiménez estandar No El PP insiste en aumentar la ayuda del Ejército para frenar la ola de incendios Carlos MullorNo ha pasado media hora, y las llamas parecen echarse encima de la nave de Simón. Ya no está solo. Una treintena de vecinos se arma como puede con ramas y batefuegos, y enfrían las alpacas de hierba seca de la trasera de la parcela, por donde ya afila las fauces el humo. No están solos. Dos unidades de los bomberos de la ciudad de La Coruña asisten, aguardando que el fuego llegue. Y cuando lo hace, solo los profesionales aguantan la gigantesca e insoportable vaharada, manguera en mano . La seguridad de Simón se torna en el lógico miedo, y empieza a vivirse la tensión por salvar lo prioritario: la vida. Los bomberos coruñeses salvan la explotación. No hizo falta sacar a los animales de la nave. El fuego la rodea y sobre la hierba seca, los vecinos sofocan la llama como pueden. Se reparten mascarillas porque el aire empieza a ser irrespirable. Luciano Rivero, el alcalde, es uno más. «Los medios de extinción de la Xunta son los mayores operativos de Europa, pero esto se sale de madre, no dan abasto» . Otra letanía: «ni los viejos de 80 años recuerdan una cosa así». Rivero denuncia que, incluso en mitad de una emergencia como esta, hay gente que prende. «Ese fuego de ahí empezó ayer a las tres de la tarde», señala en otro monte, «fue claramente intencionado».Pedrosa queda atrás, y los dos brigadistas están a las puertas de la explotación de Carmen y Luis. De nuevo, el retén ha aumentado con vecinos que se han acercado a ayudar. El fuego ya ha saltado el pinar, y aunque el viento sea traicionero, no tienen árboles cerca que puedan suponer una amenaza imposible. Perderlo todoYa quisiera para sí haber tenido esa fortuna Miguel Fernández, en la cercana parroquia de Santa Baia de Montes. En apenas dos horas, una lengua de fuego subió por el monte, consumió las frondosas junto al río y calcinó su explotación, con 19.000 gallinas ponedoras en su interior. Él y su familia intentaban refrescar el perímetro para que las llamas no les alcanzaran, «pero tuvimos que irnos porque no respirábamos». Dejaron atrás un negocio con 26 años de vida, que probablemente ya no retomará . «No queda ánimo de nada». Han perdido todo lo que tenían en el campo: la granja, una finca, algunos castaños y frutales… Las aves quedaron sepultadas por el techo, que colapsó por el calor, «aunque seguramente fallecieran antes por el humo». Queda todo en manos del seguro, «que son buenos para cobrar, pero luego para pagar…»Miguel conserva su casa. A Samuel Vieira, de la parroquia de Caridad, se la llevó el fuego. La calcinó como una tea, aprovechando que era una construcción centenaria, con vigas y suelos de madera. El miércoles por la noche, cuando el incendio de Oímbra acechaba, «hicieron un fuego contra fuego y quedó prácticamente controlado. Esa noche quedamos tranquilos». Pero no contaban que el jueves a mediodía, «cuando parecía que estaba todo en calma, a las doce y media o así se desató el infierno , y empezó a haber fuegos por todos lados». En poco tiempo el fuego entró en el pueblo y prendió en cerca de una veintena de viviendas. A las que alcanzó, las dejó en ruina, entre ellas la de José Antonio García, que por no tener, no le queda ni un cigarro que echarse. «Si llega a ser de noche, quedábamos todos asados en la cama».Miguel Fernández contempla su explotación avícola devastada (arriba) / Samuel y José Antonio, frente a sus casas consumidas por las llamas (izq.) / Vecinos de Vilar de Lebres, escapan de las llamas junto a Agrícola Calvo (dcha.) ALAN PÉREZSimón contempla lo poco que queda de su casa y su coche, igualmente consumido. Se libraron los animales de un corral cercano porque los vecinos abrieron las puertas y pudieron escapar. Ya habrá tiempo de que regresen. «Yo me he quedado con lo puesto». Él y José Antonio están durmiendo y comiendo en casa de unos vecinos, que les han prestado incluso unas mudas. Por perder, han perdido hasta los recuerdos familiares de sus casas. «Mirando las imágenes, es como si fuera la guerra» , se lamenta.Los grupos de WhatsApp de voluntarios informan de que un frente avanza por Vilar de Lebres, a pocos kilómetros. Piden ayuda, bien sea en forma de manos para apagar o siquiera llevando agua para aliviar los ojos ardientes y las gargantas en carne viva por el humo. El fuego ya asoma por la carretera hacia el centro de Trasmirás, y enseña sus altas garras por detrás de la explotación de Agrícola Calvo. Sus propietarios van de un lado para otro, baldeando el exterior para que no lleguen las llamas a lomos de un camión cisterna que no para de dar vueltas. «Hay demasiado viento para ser verdad» , pronuncia David, un joven de la zona, «a las diez de la mañana todo esto estaba apagado». Otra vez el viento, el mayor enemigo de los incendios en Orense. El fuego además sube negro, como si consumiera una pila de neumáticos. «Es el déficit hídrico», explica un brigadista, «está todo tan seco que hace así la combustión». Allí, otra veintena de vecinos, de conocidos, de familiares, de amigos. Muchos, con la camiseta de la comisión de las fiestas de Cualedro, que son estos días. Pero mirando alrededor, no parece que haya mucho que celebrar.

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