«¿Quién puede tener ganas de fiesta?». Es la pregunta que se hace Antonia, vecina del municipio cacereño de Gargantilla, que, entre pena, miedo e incertidumbre, afronta sus primeras horas en el Pabellón de La Bombonera, en Plasencia. Aquello se ha convertido en una suerte de refugio para quienes han tenido verdaderamente cerca las llamas del incendio de Jarilla, en Cáceres. Después de una noche eterna, de insomnio, donde mirar al horizonte era ver lenguas de fuego acercándose y acercándose bajo una inmensa nube de humo negro , ella, como el resto de sus vecinos, fue evacuada. Son unos 400 en Gargantilla, quizás más en verano. Entre coches particulares y autobuses, en torno al mediodía de ayer, abandonaban el pueblo. Con relativo orden y colaborando con las autoridades. Una situación casi idéntica se vivía en Rebollar, un menudo municipio que no supera los 200 habitantes. Se lanzó el aviso y, en apenas 20 minutos, todo el pueblo estaba vacío. Una buena ristra de poblaciones del Jerte y del Ambroz han visto o todavía siguen viendo las llamas desde la ventana de sus casas: Jarilla ya firma un perímetro de más de 130 kilómetros. Y, cuando eso ocurre, el insomnio es casi innegociable. Sin embargo, hay puntos, algunos de ellos completamente cercados por el fuego, donde el miedo, aunque parezca mentira, no ha sido el motivo por el que los vecinos no han pegado ojo.En pleno mes de agosto, Extremadura se copa de fiestas populares. Es bien sabido que las ferias de los pueblos llenan hasta el municipio más recóndito de la España vaciada. También pasa en territorio extremeño. Y algunos han debido pensar que el fuego no es suficiente para dejar atrás sus días grandes. En la madrugada del domingo, Hervás disfrutó de sus fiestas. El DJ, que se encargaba de amenizar la noche mientras las columnas de fuego se acercaban al municipio, apagó la música a las seis de la mañana. Un par de horas después, Hervás estaba confinado. Y no mucho más tarde, vecinos de la zona periurbana eran evacuados, con una lengua de fuego a dos kilómetros del municipio.Noticia Relacionada reportaje Si Viaje al infierno español: un recorrido por las entrañas de los incendios Texto: Karina Sainz Borgo | Fotos: Ignacio Gil Al fuego se le apaga por detrás, dicen los labriegos. Pero cuando en el monte abandonado el viento cambia de dirección, el pasto acumulado convierte la tierra en gasolina y la vida en una hogueraHubo quien, incluso, se desplazó desde otros municipios, como Gargantilla, a disfrutar de las fiestas, ignorando por completo que, muy cerca, había un incendio «absolutamente desbocado» que ha sido capaz de quemar 11.000 hectáreas y agotar los recursos de extinción de la Junta de Extremadura. No fue el único punto de Extremadura que siguió adelante con sus fiestas. La polémica se ha extendido hasta otros puntos, especialmente después de que se hiciese viral en redes sociales un vídeo en el que se ve, a la izquierda, la columna de fuego de Jarilla y, a la derecha, los fuegos artificiales de un municipio. Más allá de lo inoportuno, la pirotecnia, con más de 40 grados, el pasto seco y tropecientos focos activos en la provincia de Cáceres, era un absoluto peligro. «Era todo cachondeo, fiesta, mientras el monte estaba ardiendo», cuenta un vecino de Hervás. Es la comidilla, sin duda, en el Pabellón de la Bombonera. Lo que más comentan los evacuados. La mayoría no comprende cómo, con tan pocos kilómetros de distancia, se han podido vivir imágenes de tal contraste.Seis jornadasExtremadura sigue viviendo horas complicadas. Son seis jornadas combatiendo el fuego. Se han podido estabilizar muchos, controlar otros tantos, pero el gran monstruo sigue estando en Jarilla, que avanza con paso firme, al menos, en su flanco norte. La Junta exige más medios al Gobierno, que ya ha accedido a desplegar al ejército. Con el arranque de la nueva semana, el cambio meteorológico -caída de las temperaturas y menores rachas de viento- debería ayudar a, definitivamente, acabar con la pesadilla que está tiñendo de negro el reconocible color del norte cacereño. «¿Cuándo vamos a volver a ver nuestro campo, nuestro verde? Solo veremos el negro». Un color negro que algunos, inexplicablemente, alumbraron con fuegos artificiales, música y copas, mientras, otros, simplemente, escapaban de las ratoneras en las que se habían convertido sus casas.

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