EL DÍA DESPUÉS DEL FUEGO: CUANDO LLUEVEN CENIZAS

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EL DÍA DESPUÉS DEL FUEGO: CUANDO LLUEVEN CENIZAS

En el concello orensano de Maceda ya hay más hectáreas quemadas que habitantes , unas 3.000 según las últimas actualizaciones. El dato, siempre provisional, depende de que los focos que desde hace más de una semana amenazan esta localidad no se reactiven, animados por el viento, la sequía y las elevadas temperaturas. La triada perfecta para sembrar el terror en un municipio donde la única lluvia que cae desde hace días es de ceniza. En las escaleras de la casa de Milagros, en la aldea de Teixeira, las pavesas se acumulan. Desde lo alto de su balcón, la negrura del monte sobrecoge. Su aldea está ubicada al final de una carretera estrecha y serpenteante que el pasado martes se transformó en una ratonera, en cuestión de minutos. «Mi marido miró por la ventana, pasaba de las 11 de la noche y empezamos a ver focos, cada vez más cerca» recuerda. La única pista de escape tenía llamas a ambos lados, así que ella, con la movilidad limitada, se fue antes de que no hubiese salida. Su pareja y otros vecinos resistieron toda la noche evitando que el fuego llegase a las casas, con el suelo y el techo de madera. También salvaron a los animales. Para esta vecina, no hay duda de que los incendios que cercaron su casa fueron intencionados , por la hora y por la ubicación y la rapidez con la que se propagaron, como si los hubiesen sembrado. Nunca antes «en 70 años de vida», reconoce, había visto nada igual. El miedo, y la nube de humo que cubre toda la localidad, la acompañan desde entonces. Si pone la televisión, dice, «me echo a llorar, porque Galicia es verde y no negra» . Si se asoma a la ventana, también se derrumba. Se pregunta, en voz alta, cuánto tardará el monte en recuperarse. Bajando la carretera, el paisaje es lunar . Y aunque apenas se ven columnas de humo, las imágenes de las lenguas de fuego que persiguieron a los vecinos durante días siguen grabadas en sus rostros. En mitad del monte, al lado de un sendero, una familia intenta limpiar un riachuelo que baja de la montaña e hidrata a los animales que se han quedado sin pastos. Está cargado de restos de vegetación carbonizada y el agua corre ennegrecida . «Hace una semana -cuenta una de las mujeres, de vacaciones en la casa familiar- me hice una foto con mis hijos en esa loma». Lo dice señalando un terreno ahora humeante que emana calor al pisarlo. Su vivienda, bajando la misma carretera por la que Milagros escapó, en A Eirexa, también miró de frente al fuego. «La di por perdida porque la altura de las columnas de llamas era de diez metros , pero llegaron unos bulldozers, los bomberos lograron hacer un contrafuego y el aire viró y se salvó», relata. Sobre esa tarde, en Maceda no olvidan el desalojo de los niños pequeños y la gente mayor, que corrieron a los coches porque «el humo era tan negro que no se podía respirar» . En algunos núcleos incluso se quedaron sin luz y tuvieron que tirar de generadores.Una semana en vilo El primer fuego en Maceda se declaró hace una semana. Desde entonces los vecinos lucharon para controlar las llamas, amenazados por varios flancos que «parecían sembrados» MIGUEL MUÑIZEn la mayoría de los afectados por este incendio, que quemó el municipio por distintos flancos, la adrenalina de las primeras jornadas ha mutado en cansancio . Algunos tienen que hacer memoria para recordar que no comen desde ayer, y otros encadenan las noches en vela. De camino a otro de los núcleos afectados, un agente forestal guía dos coches patrulla y una motobomba. Están refrescando la zona para evitar que las llamas se reaviven. La consigna, ahora que todo parece controlado, es no confiarse, y estos brigadistas lo llevan a rajatabla. Aprovechan, además, para recoger cientos de metros de manguera que tuvieron que dejar tiradas en el monte cuando el incendio se puso «muy feo» . «Eran las mangueras o nuestras vidas, y ahí no hay duda» sentencia este agente que ayer probó la cama por primera vez en días. En las jornadas más críticas, calcula, echó 18 horas seguidas en el monte. Era, dice, lo que había que hacer «porque esto se puso muy mal, muy mal» . Él tampoco recuerda una situación igual. Al tanto de las noticias que llegan de otros municipios de la provincia que siguen acorralados por los incendios, en Maceda empiezan a despertar de una larga pesadilla. Una semana desde que se declararon los primeros focos que transformó por completo el paisaje al que estaban acostumbrados. La fotografía es capaz de enmudecer a cualquiera que se asome a ella . De Castro Escuadro a Santirso, la mayoría de las viviendas están cerradas para evitar que entre el humo, que es denso y sigue tiñendo el cielo. El sol, aquí, solo se intuye, aunque la temperatura roce los 35 grados . «Ardió hasta lo verde», resume uno de los afectados con la mirada perdida en los árboles convertidos en esqueletos. En plena resaca, y agradecidos de que no hubiese que lamentar daños humanos, el único bálsamo para los vecinos es que den con los responsables de un fuego que – como casi el 70 por ciento de los que prenden en Galicia- parece intencionado . La propia alcaldesa de la localidad, asaltada por las llamas en un vehículo que quedó completamente calcinado, calificó estos incendios de «atentado» y pidió encontrar a los culpables. El desembarco de los agentes de la UIFO (Unidad de Investigación de Incendios Forestales) será inminente ahora que no hay llama, pese a que el suelo sigue incandescente y la tensión entre los habitantes, aún vigilantes del entorno en el que viven, se mantiene.La estampa en los montes de Maceda, con 3.000 hectáreas arrasadas MIGUEL MUÑIZCerca de Maceda, y en toda la provincia, otros pueblos esperan que el fuego, al fin, les dé una tregua. Convertida en zona cero de los incendios que este verano golpearon Galicia – van 47.000 hectáreas arrasadas – el Gobierno gallego mantiene en toda la provincia la alerta nivel 2 por el riesgo para las poblaciones. No se baja la guardia porque el fuego, se encargan de recordar algunos, «es traicionero» y no se le puede dar la espalda. Tampoco a los incendiarios, protagonistas de un goteo casi diario de detenciones. Con un ojo puesto en el monte y otro en el cielo, en Orense ahora solo esperan que la próxima lluvia no sea de cenizas y que el agua ponga fin a tanto sufrimiento.

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